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De museos y extracciones (1)

Mi necedad por visitar museos desde muy joven, en cualquier ciudad, me trajo conflictos familiares serios. Por ejemplo, en las ciudades pequeñas de USA, donde todavía me acompañaba mi familia, les hice pasar grandes decepciones. Un museo dedicado a una escalera es de las memorias que aún me siguen reclamando.

Mi devoción por los museos continuó después en las grandes ciudades. Así me paré frente a distintas piezas que conocía por fotografía, pero que en vivo tomaban una dimensión superior total.

Recientemente visité el Museo Nacional de Cataluña (MNAC) cuya colección de arte románico es una de las más completas del mundo, y es curioso, pero me llegó por primera vez una especie de enojo ante lo expuesto.

Mi detonante fue cuando leí la palabra arrancamiento, que describía la técnica con la que distintas pinturas se habían extraído de las iglesias principalmente para ser expuestas en las armaduras de madera con forma de ábsides que se fabricaron especialmente con este fin. Estas han sido arrancadas por distintos motivos que van desde la protección por la precariedad en la que se encontraba el edificio, hasta por expolio, encargos de caprichosos coleccionistas.

Entonces de pronto me vino como cascada imágenes de piezas vistas en museos que habían sido extraídas de su contexto. Las esculturas y relieves del Partenón de Atenas que se conocen como mármoles de Elgin en el British Museum, por ejemplo.

A lo largo del tiempo distintos debates han sucedido a propósito de la exhibición de piezas en museos provenientes de monumentos, iglesias, cuevas, tumbas, del mismo país o de otro. El debate sobre el expolio de bienes culturales, que otorga el significado de una especie de trofeo a las obras de arte, tuvo un ejemplo destacado en la Roma clásica.

En el año 70 a.C. el joven abogado Marco Tulio Cicerón realizó su famosa acusación en el Proceso contra Verres, pretor de Sicilia al final de la República. Los argumentos de este fragmento del texto de Cicerón, de orden moral, podrían aplicarse a múltiples situaciones posteriores de la historia del arte. 

En resumen, el joven abogado condenaba moralmente las acciones de Verres acusándolo de robar arte de los templos para beneficio privado. Cicerón defendía el concepto de arte como trofeo en relación con el prestigio nacional que de él podía obtenerse mediante su exhibición pública, al tiempo que condenaba lo que claramente podía entenderse como corrupción.

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JJ/I