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Las trampas de la moral

Conozco el mecanismo de las trampas de la moral y el poder adormecedor de ciertas palabras
Octavio Paz

Después de acudir a realizar algunas compras en un popular tianguis de los tantos que se apuestan en la ciudad, decidí regresar por la acera donde el tránsito peatonal es más fluido. Unos niños, hijos de los tiangueros, jugaban a mi paso. Me llamó la atención que dos de los niños estaban de rodillas, con las manos en la nuca, y otro niño les apuntaba con un arma de juguete, como si se tratara de una ejecución, escenas que se repiten día a día en la realidad en nuestro convulsionado país y se transmiten por diferentes medios de comunicación, con destino final a nuestros niños.

Días después veo con sorpresa cómo un grupo de personas en Veracruz (escena que también había ocurrido en Tabasco en 2016 y 2017), ante la volcadura de un camión que transportaba ganado, destazaba reses con prolijidad y a la vista de todos, mientras otros jalaban a los vacunos para apropiárselos. Actos de rapiña como éste se repiten en todas las carreteras del país donde algún transporte de carga se accidenta, ante la pasividad o impotencia de las autoridades. Lo ocurrido la semana pasada en Tlahuelilpan era una de tantas rapiñas impetuosas, pero que ahora sí dejó consecuencias muy lamentables: la muerte hasta ayer de 100 personas y 44 hospitalizadas.

Con sorpresa me entero que el fin de semana fueron asesinados tres jóvenes vallartenses que, a decir de quienes los conocieron, se vanagloriaban como miembros (sin ser verdad) de una organización criminal local y mostrar cotidianamente apología de la cultura del narco en sus redes.

Todos estos hechos apremian a la reflexión y a cuestionarnos: ¿qué está ocurriendo en nuestro país? ¿Qué país estamos construyendo para nuestros hijos y nietos? ¿Qué valores les estamos inculcando y cuál educación están recibiendo a diario? Los actos delictivos que vemos cotidianamente en las redes, en los medios y en nuestra comunidad se han trivializado.

Evidentemente estamos transitando por una crisis social que, por hechos tan cotidianos, prolíferos y vertiginosos, nos produce cierto ensimismamiento que no da tiempo a madurar y reaccionar a lo que está ocurriendo. No termina algo cuando ya otro suceso nos obliga a acumularlo en nuestra memoria atestada, como ese texto no leído, pospuesto a las lecturas siempre pendientes.

Nuestra sociedad es cada día más compleja y heterogénea, donde se sobreponen ideologías, religiones, actitudes y valores diversos. A pesar de ello, hasta hoy hemos acertado territorios coincidentes (consenso traslapado diría Rawls) que nos han permitido una coexistencia, un tanto precaria, pero afianzada todavía con una argamasa social invaluable.

Pretender inculcar una moral única a todos los habitantes del territorio mexicano es una tarea frívola. La estrategia debe prever una perspectiva inversa; esto es, considerar esos valores sustanciales para la convivencia que nos son comunes, para reforzarlos y hacerlos atractivos a los demás miembros de la sociedad. Los antónimos de dichos valores son los que habrán de combatirse y erradicar en la medida de lo posible.

Por décadas, los políticos mexicanos han dado ejemplos de corrupción y las autoridades (in)competentes han demostrado su insolvencia para combatir la impunidad. Estos antivalores (gandallismo, tráfico de influencias, abuso de autoridad, transas, indiferencia, ineptitud, etcétera) se han afirmado en algunos segmentos de nuestra comunidad, para quienes lo ven con indiferencia y casi hasta con normalidad.

Acusar con el dedo flamígero a los funcionarios de las pasadas administraciones sin que hasta el momento haya uno sólo sancionado como lo marca la ley, no ayuda en nada su erradicación. Se pretende adoctrinar al pueblo “bueno y sabio” con un mesianismo moralizante a partir de una cartilla (sin dejar de reconocer su valor filosófico y valor literario) redactada para una época muy diferente y distante a la actual. Entiendo, claro, que dicha cartilla es el preámbulo para una futura Constitución moral.

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JJ/I