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La felicidad infinita en la danza

(Foto: Jorge Alberto Mendoza)

Su carrera suma ya más de 30 años. Y ella sigue. La bailarina Martha Hickman está convencida de que mientras su cuerpo le siga dando la capacidad de continuar creando con sus propios pies y manos en el escenario, va a seguir rompiendo aquel mito de que los bailarines tienen que retirarse temprano.

Originaria de Poza Rica, Veracruz, pero adoptada tapatía por ser en Guadalajara donde ha sembrado sus raíces dancísticas, ha sido la autora de obras entrañables en la danza contemporánea del estado y formadora de varias generaciones de la escena actual.

NTR. ¿Cómo empezaste a bailar?

Martha Hickman (MH). Bailo desde que camino. La foto en escena y con vestuario más antigua que tengo es en un festival en el que tenía casi tres años, pero no en una academia o una escuela de formación, lo que baila una niña en un pueblo pequeño. Pasé toda mi infancia bailando, vengo de una familia de mujeres trabajadoras, grande, donde siempre todo el mundo estaba estudiando y trabajando, pero yo era la primera niña, así que cuando yo bailaba todo el mundo se reunía para verme. Cuando entré a la adolescencia y dije que quería ser bailarina todos me dijeron que no, no era considerada una carrera formal. Estudié tres semestres de Sistemas Computacionales en Tampico, Tamaulipas, pero a los 19 años decidí que no podía postergarlo más: mi vida era la danza.

NTR. ¿Cómo te decidiste por la danza contemporánea?

MH. Entré a la danza contemporánea porque era la única licenciatura formal, en una escuela en Xalapa. Yo bailaba jazz, pero no había escuelas profesionales de eso. Yo lo que quería era bailar toda mi vida: me veía a mí misma como alguien que podía estudiar computación, pero verdaderamente infeliz. Me enfrenté a mi familia para hacerlo contra viento y marea. La danza contemporánea me enamoró perdidamente, encontré ahí la manera de expresar eso que yo era y desconocía que era. Me invitaron a bailar profesionalmente en cuanto entré a la carrera en una compañía que se llama Módulo, todavía existe dirigido por Alejandro Schwartz, desde entonces no me he detenido.

NTR. ¿Cómo has ido eligiendo mantenerte en el camino?

MH. Aprendí todas mis bases en la escuela. No sólo la técnica. Aprendí a dirigir, a coreografiar. Me marcó de por vida. Me hizo descubrirme a mí misma. Empecé cuando todavía existía el mito de que los bailarines se retiraban muy jóvenes, pero hoy hay grandes bailarinas maduras, para mí este es un momento en mi vida en el que digo: yo sigo, mientras me sienta bien, yo me voy adaptando a mi cuerpo, he logrado con los años encontrar un lenguaje orgánico, conforme voy creciendo en años, voy creciendo en conocimiento, se va adaptando mi movimiento a mi propio cuerpo y eso me sigue haciendo muy feliz.

NTR. ¿Qué recuerdas de esas primeras sensaciones que se mantengan en tu quehacer dancístico?

MH. Siempre fue algo natural para mí, algo que se sentía como lógico. Me daba felicidad por lo que se reunía entorno a mí al bailar, yo jugaba a bailar, mis juegos de niña eran ensayar en casa con mis muñecas de público, ponía una cortina en la puerta para que fuera mi telón. Cuando empieza mi trabajo profesional sentí sobre todo la presión del escenario, la presión de hacer las cosas bien, los nervios de no equivocarme o caerme. Cuando comencé todos mis compañeros eran bailarines profesionales, me daba miedo echarles a perder su trabajo. Fue un compromiso duro, iba por la calle recordando las coreografías. Pero llegó un momento en mi vida, después de años de bailar, en que aprendí a canalizar esos nervios en energía y empecé a gozar el momento escénico y no en una actitud soberbia, el día que no me importe estar en el escenario, pues dejo de hacerlo, sino en un juego distinto: la felicidad infinita y más grande.

NTR. ¿Cómo decidiste hacer también creación coreográfica más allá de la pura interpretación?

MH. Inmediatamente que empecé a bailar comencé a pensar en coreografías. Mi primera obra se bailó en el 91, muy poco después de comenzar a bailar. Llegué a Guadalajara a hacer coreografías, inicié mi carrera como creativa y no para, es otra faceta de mí, el placer de estar en el escenario es lindo, pero es otro placer constante componer una coreografía.

NTR. ¿Para ti la creación colectiva es intrínseca a la danza?

MH. Sí. Siempre he estado rodeada de bailarines y de gente con la que entablé una amistad y un amor escénico, siempre he trabajado con grupos. Con Transmutación tengo 10 años, pero antes empezamos en el 98 como Taller Coreográfico del CUAAD, con otros maestros de la Universidad y todos los alumnos, mucha gente que ha pasado por aquí. El placer de hacer coreografías con estos jóvenes increíbles es invaluable. Nunca he sido una artista solitaria; de hecho, me cuesta. Me gusta trabajar en equipo.

NTR. ¿Cuál es la enseñanza más grande que te ha dejado la danza?

MH. Luchar por lo que crees. Esa es la enseñanza más grande. Que uno viene a este mundo a ser feliz y debes estar donde eres feliz. No es fácil, no todos tienen la oportunidad de luchar por lo que quieren, nos condicionan otras circunstancias y como bailarina me siento afortunada. No fue fácil, el mundo de la danza es fuerte y no porque haya malas vibras, yo he trabajado por lo mío y cuando algo no pasa como quiero, algo más viene y lo compensa. No fue fácil iniciar, trabajar una técnica profesional de danza es difícil, preguntarte siempre si sirves o no sirves, si tomaste una decisión equivocada, las lesiones, etcétera. Pero estoy convencida de que siempre ha valido la pena.

“La danza contemporánea me enamoró perdidamente, encontré ahí la manera de expresar eso que yo era y desconocía”

“He logrado con los años encontrar un lenguaje orgánico. Conforme voy creciendo en años, voy creciendo en conocimiento; se va adaptando mi movimiento a mi propio cuerpo y eso me sigue haciendo muy feliz”
Martha Hickman

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