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Soberanía científica (II)

Para alcanzar la soberanía científica de la que habla la directora del Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla, lo primero que se necesitan son científicos que trabajen en el país. Hacer carrera científica o tecnológica es impensable sin estudios de posgrado enfocado a la investigación, cuyo nivel de exigencia por lo general requiere estudiantes de tiempo completo. La mayoría de los investigadores mexicanos que se prepara en instituciones de alta calidad, tanto en México como en el extranjero, lo hace gracias a las becas del Conacyt.

La controversia sobre los beneficios que éstas dejan al desarrollo de la ciencia en el país y las obligaciones de sus beneficiarios no surgió en la actual administración del consejo. Desde hace tiempo, ha habido críticas y señalamientos de becarios que violan el reglamento sin que haya consecuencias.

Como ejemplo, simplemente el año pasado un par de casos de personas que se inconformaron porque les quitaron sus becas por trabajar (las convocatorias especifican que no es posible laborar en otra cosa que no sea la docencia o la investigación y con un límite de horas) llegaron a los juzgados, a los medios y hasta la SCJN. Es bien sabido en la comunidad de becarios que como esos hay miles de casos.

Otro de los problemas recurrentes es que algunos becados fuera del país no regresan. En una sociedad democrática, no se puede frenar el libre tránsito de los ciudadanos y su derecho a residir donde ellos deseen. Sin embargo, es razonable que la mayoría de la población, de cuyos impuestos se financian estas becas, se inconforme cuando los beneficiarios no cumplen con lo estipulado en el reglamento. El Conacyt debe exigir mecanismos de rendición de cuentas, pero tiene que considerarse que el retorno de esta inversión nunca será exacto.

A veces los becarios cambian de vocación por razones personalísimas: enfermedades, asuntos familiares o simplemente porque descubrieron que no era lo suyo. También hay unos que fallecen. Es inevitable que una parte del financiamiento se evapore de esa forma.

Pero lo interesante es que los investigadores y profesionales con alto nivel educativo que viven en el extranjero no están ahí por gusto: 98 por ciento quiere regresar, 68 por ciento para siempre y el resto temporalmente, de acuerdo con un estudio de la Universidad Autónoma de Zacatecas. La fuga de cerebros, que se calcula en 1.2 millones de mexicanos, se debe principalmente a que no hay oferta laboral en México o a que no es competitiva.

Si se quiere conseguir que el país se vuelva una potencia científica con sus mejores talentos dentro de sus fronteras, tendría que haber lugares donde los investigadores puedan hacer ciencia. Sin ello, es improbable que se pueda retener a la mano de obra más capacitada.

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JJ/I