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Soberanía científica (III)

Evitar que los frutos de la inversión gubernamental en ciencia y tecnología se quede en manos de sólo algunas entidades privadas, las cuales lucran con ello sin retribuir al estado, es la idea medular que define la política de soberanía científica de la actual administración del Conacyt, según ha dejado entrever la directora, María Elena Álvarez-Buyllá.

Hay que reconocer que la práctica de transferir recursos del erario a la iniciativa privada es, al menos parcialmente, cierta, y la prueba es que no sólo ha sucedido en la ciencia, sino que se presenta en la cultura, en la organización de eventos deportivos o bien en la creación o expansión de empresas de los más diversos tipos.

En su diagnóstico, Álvarez-Buyllá ha dicho que en la pasada administración del Conacyt se financiaron proyectos duplicados y gastos en cosas que no tenían que ver con investigaciones científicas, como la remodelación y equipamiento de oficinas.

Mucho de este dinero se destinó a las empresas o se reflejó en exenciones de impuestos prácticamente a fondo perdido, sin que quede muy claro cuál fue el beneficio social más allá de enriquecer a quienes encabezan dichos proyectos.

Si el escenario está como lo plantea Álvarez-Buyllá, se requiere de más control en la asignación del presupuesto. Pero también hay que recordar que, en la investigación científica y el desarrollo tecnológico, el panorama actual en las principales potencias consiste en que el estado haga la mayor inversión para que luego agentes privados capitalicen los avances.

El primer ejemplo que se me viene a la mente es el desarrollo de las IoT y la comunicación, empezando por el propio Internet. De no haber sido por el proyecto inicial del Departamento de Defensa de EU en la articulación de la red ARPANET y después la creación de la Word Wide Web por Tim Bernes-Lee cuando trabajaba para la CERN, no existiría la actual comunidad de empresas tecnológicas cuyo corazón es Silicon Valley.

Es lo que se conoce como big science, una política pública de la ciencia comenzada en los países industrializados a partir de que terminó la Segunda Guerra Mundial, misma que se caracteriza por la financiación, con recursos públicos, de grandes proyectos para acelerar el progreso científico.

Por último, por más control que se quiera tener para que la investigación se concentre principalmente en las líneas estratégicas o en los problemas actuales que se quieran resolver, hay que reconocer esa cualidad azarosa y caprichosa de los descubrimientos científicos. A veces un pequeño avance que no hace mucho ruido durante años o que incluso en su momento es considerado como un fracaso, después resulta ser una pieza fundamental del rompecabezas.

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JJ/I