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Antintelectualismo y posverdad

La mente decide en un sentido o en otro, muy a pesar suyo, y prefiere estar equivocada que no creer en nada
Rousseau

Cuando laboraba en la embajada de Gran Bretaña en Washington elaborando acuciosos análisis de la política norteamericana de la preguerra, el filósofo Isaiah Berlin fue requerido de urgencia en el país británico. Lo único disponible para su traslado era un bombardero sin cabina presurizada y obscura, lo que le obligó a usar una máscara de oxígeno y viajar en tinieblas. Después de la travesía bromeaba que lo único que hizo durante el vuelo fue “la cosa más terrible: tenía que pensar”. De no haber sido así, hubiera pasado todo el tiempo hablando (era un conversador apasionado) o leyendo (era un lector empedernido), aunque lo bueno fue que de ahí surgieron buenas ideas.

¿Por qué nos da pereza pensar y después argumentar? En principio, investigaciones relacionadas acerca del razonamiento afirman que la gente produce argumentos de forma doblemente problemática: primero, en su mayoría encuentran argumentos propios; y segundo, dichos argumentos tienden a ser relativamente débiles. Sin embargo, las personas utilizan criterios más estrictos cuando evalúan los argumentos de los demás que cuando ellos mismos los producen. En términos llanos se aplica el refrán de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Durante miles de años, el pensamiento teológico fue el único discurso usado para argumentar cualquier tema, incluso el político. El advenimiento del Renacimiento y la Ilustración brindaron la posibilidad de sacudirse ese razonamiento teológico para dar paso a la modernidad, apoyada en la ciencia y la razón. Sin embargo, el pensamiento teológico no fue abandonado del todo, sólo se modernizó e incorporó la racionalidad a su cuerpo de ideas. A decir de Mark Lilla, la teología política moderna “expresaba un punto de vista aparentemente ilustrado y era bienvenida por los amantes de la democracia liberal”.

Pero la racionalidad y la ciencia no están exentas de pensamientos dogmáticos. Pensar que el único camino para encontrar la verdad es la razón tiene sus trampas. Berlin escribió el ensayo La contrailustración, donde advierte de los peligros de la excesiva convicción en la Ilustración y del racionalismo. Con el advenimiento de la posmodernidad llega la idea de la relatividad del conocimiento; de la construcción de la verdad o la verdad como ficción: como respuesta, Berlin contrapone el pensamiento plural.

Lee McIntyre, en su libro Post-Truth, presenta una entrevista del político estadounidense Newt Gingrich, con una reportera de CNN. En ella, la reportera comentaba que, de acuerdo con las estadísticas, los crímenes violentos en el país iban a la baja. El político lo negaba y afirmaba que el promedio de los norteamericanos no creen eso. Decía “tener otros datos”, igual de valiosos, contrarios a los estadísticos, incluso del FBI. Agregaba que, como político, daba más peso a lo que la gente percibía, que a los datos empíricos. Esto es el fundamento de la posverdad, a la que la Real Academia Española define como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.

Me da la impresión de que algo similar está ocurriendo en la política de nuestro país. Que los hechos pueden ser manipulados dentro de un contexto político para favorecer una interpretación de la verdad sobre otra, haciéndola relativa o construida. En este escenario, la opinión de los expertos, que fundamentan sus argumentos en datos empíricos, es cuestionada porque disiente con lo que la autoridad política establece como verdad incuestionable.

La teología política persistente se convierte en el fundamento con el que todas las verdades serán medidas bajo la autoridad del poder constituido (o del líder). No es una búsqueda de la verdad, sino una lucha ideológica, que al final peligrosamente se dogmatiza. El pueblo bueno es presa de una “ignorancia deliberada”: se desconoce si algo es cierto, pero se acepta sin considerar su veracidad.

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JJ/I