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El México de Colosio

No parece que hayan pasado 25 años del polémico discurso que Luis Donaldo Colosio Murrieta pronunció el 6 de marzo de 1994 frente al Monumento a la Revolución de la Ciudad de México, días antes de su asesinato.

A la vuelta del tiempo, el contraste entre el mensaje –de una hora y 58 segundos– con la actualidad no ofrece mayor diferencia. Aquí siguen los reclamos sociales, el cuestionable ejercicio del poder y las luchas internas del Partido Revolucionario Institucional que Colosio mencionaba.

El país ya pasó por la transición democrática y alternancia del poder, ha visto crecer a la sociedad civil como instrumento de presión y a los medios de comunicación denunciar las malas acciones de los gobiernos; aun así, todo aquello que mencionaba Colosio permanece enquistado.

Era el 65º aniversario del tricolor. El candidato presidencial hablaba ante una multitud sobre los aportes de su partido para el nacimiento de instituciones, pero también reconocía las fallas en la defensa de las mejores causas.

En un país convulso por el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, Colosio enfatizaba que era la hora de dar respuestas, de apoyos efectivos a la sociedad, desde el campesino, los indígenas y las amas de casa hasta los empresarios. Era la hora, enfatizaba, de que la modernidad económica se reflejara en los bolsillos de los ciudadanos y no se quedara en la celebración de pertenecer a un mundo globalizado.

“Sabemos que el origen de muchos de nuestros males se encuentra en una excesiva concentración del poder. Concentración del poder que da lugar a decisiones equivocadas, al monopolio de iniciativas, a los abusos, a los excesos”, decía Colosio aquella tarde.

Pero el PRI recién celebró sus 90 años cargando con el reclamo social por el sexenio de Enrique Peña Nieto marcado, entre otras cosas, por la corrupción desmedida y la impunidad ante ella. El reclamo se reflejó en las urnas e históricamente hoy el tricolor al que Colosio llamaba a despertar para ganar la legitimidad política día con día y no instalarse en la complacencia se desplomó a la tercera fuerza y la fractura interna amenaza con dejarlo ahí largo tiempo.

En lo que se interpretó como un rompimiento con el entonces presidente, Carlos Salinas de Gortari, quien aspiraba a ser su sucesor pedía reformar el poder para que el presidencialismo tuviera límites constitucionales, para fortalecer al Congreso de la Unión y para alcanzar un sistema de impartición de justicia independiente y respetable.

No sólo los límites permanecieron desdibujados, al Congreso lo visualizamos como un recinto para el dispendio, los salarios desmedidos y los moches, mientras que las instituciones de justicia son señaladas también por sus excesos en nómina y por tener carnales del Ejecutivo. Lo que es peor, el cambio de régimen instauró un Poder Legislativo supeditado, a todas luces, al presidente.

Colosio señalaba un México de los justos reclamos, de antiguos agravios y de nuevas demandas. Un México que exigía respuestas a sus exigencias de justicia y progreso. Un México donde el campo estaba empobrecido y endeudado. Un México de trabajadores sin empleo y con salarios por debajo de sus necesidades. Un México de jóvenes que por falta de oportunidades para la educación y apoyos terminaban en la delincuencia.

“Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales. Veo a ciudadanos angustiados por la falta de seguridad”, se le escuchó decir.

Pasaron dos décadas y media. El México que veía Colosio aquí sigue, esperando.

DA/I