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El Club de Toby

Uno de los más grandes triunfos de la vida adulta consiste en tener un grupo de póker. Es como una reunión de apoyo, pero sin crucifijos histéricos de café y sí con alcohol recreativo y cigarrillos: uno sale renovado, vivo, sabiamente ebrio y con dos o tres salarios mínimos de menos o de más.

Yo tengo mi propio grupo, pero al principio fue difícil armarlo: las esposas –de mis amigos, que yo ya pagué mi deuda con la sociedad– no reciben con mucha alegría las noticias de esta clase de cónclaves. Suelen imaginar a modelos cazafortunas bailando en el centro de la sala, bufetes de drogas en cada esquina y los más adulterados licores de la cuadra. En realidad somos cuatro o cinco puñetas que se pasan la caguama de mano en mano mientras hablan de viejos amores o de cómo iniciar un negocio de autolavado.

Es que el Club de Toby es absolutamente necesario en la vida de los hombres. En no pocas revistas de fila de supermercado se habla de los beneficios de convivir con amigos, pues se previenen no sé qué tipo de cánceres y problemas filosóficos; es como una pequeña y sana regresión al estado salvaje: ya no podemos salir a cazar mamuts, así que la alternativa es reunirse en batalla sublimada para eructar con orgullosa sonoridad y rascarse lo que por naturaleza todo el tiempo tiene que rascarse pero sin encubrir con la chamarra o el mantel, hablar de recuerdos como si no nos dominaran y exagerarlos con este romantiquísimo gesto de manos asiendo caderas invisibles o hipotéticas mientras se ensaya gesto de satisfacción gastronómica, arrugadita la nariz, y se produce la onomatopeya del bistec en proceso de asado.

Además, no lo olvidemos, está el póker, donde lo más importante es el disimulo y el control de los músculos faciales, delicia de guerra a cuatro o cinco bandas que se juega mejor con las intenciones de una Derringer bajo la mesa.

He pensado que en lugar de esas tonterías como álgebra o disecar el testículo de un toro, en las secundarias deberían tener grupos de naipes, acaso Risk y ajedrez, para que los morros vayan aprendiendo a simular, a disimular y a ensayar las muchas onomatopeyas que utilizarán en la vida adulta, cuando hayan triunfado y cuenten con su propio grupo de póker.

@_pausaparafumar

jj/i