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Justicia y justificación

No sé a usted, pero a mí, conocer los sueldos, las prestaciones y los estímulos económicos que se dan a los primeros niveles de la clase política mexicana, me provoca una mezcla entre estupor e indignación. En pleno siglo 21 parece que la sociedad medieval arriba a México con insolencia. El resultado de la modernidad, y en realidad no sólo en nuestro país, parece habernos llevado siglos atrás de vuelta a la edad media. Estamos frente a un grupo de señores feudales que detentan el control y a quienes les pagamos tributo.

Existen varios argumentos con los que se intenta justificar el sueldo de algunos funcionarios de cierto nivel. Sean cuales fueren, el caso es que se sirven con la cuchara grande y eso, aunque legal, resulta inmoral. Pareciera que la realidad, desde el poder, se reviste de ficción y fantasía; que se nubla el juicio y se adelgaza la cordura. Qué pena.

Claro está que si ganaran menos no se abatirían los índices de desigualdad del país. No, no se trata de eso. Se trata de favorecer la sensibilidad solidaria en un país en el que, a pesar de ser la décimo cuarta economía del mundo, existen 53.3 millones de personas viviendo en pobreza. Se trata de favorecer un clima de sobriedad que comience por la propia bolsa. Se trata de administrar el gasto, de desalentar el derroche, el despilfarro. Y el buen juez, por su casa empieza. ¿Qué pasaría si alguno de ellos, ganando lo que gana, donara un importante porcentaje de su sueldo a organismos de asistencia social? Se trata de tener un poco de vergüenza, un poco del pudor que tiende puentes simbólicos de solidaridad hacia los que de verdad lo necesitan.

Toda brecha aleja y desvincula. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) coloca a México como el segundo país más desigual de los integrantes de la organización, Chile es el primero. Afirma que los ingresos del 10 por ciento de la población más rica son 30.5 veces mayores a los del 10 por ciento más pobre. En la década de los 80 la proporción era de 22 veces.

En el informe “Desigualdad Extrema en México: Concentración del Poder Económico y Político”, elaborado por Oxfam México, se revela, por ejemplo, que en enero de 2014 las 85 personas más ricas del mundo contaban con tanta riqueza como la mitad más pobre de la población en el mundo. En enero de 2015 el número se redujo a 80. En el mismo reporte se menciona que “la Standardized World Income Inequality Database refiere que México está dentro del 25 por ciento de los países con mayores niveles de desigualdad en el mundo.”

El informe destaca que si bien “en 2002 la riqueza de 4 mexicanos representaba el 2 por ciento del PIB; entre 2003 y 2014 ese porcentaje subió al 9 por ciento. Se trata de un tercio del ingreso acumulado por casi 20 millones de mexicanos”, una riqueza equivalente a 142 mil 900 millones de dólares, mientras que en 1996 correspondía a 25 mil 600 millones de dólares. Menciona también que en 2012, según un reporte de Wealth Insight,había en México 145 mil individuos con una riqueza neta superior a un millón de dólares, representaban al 1 por ciento de la población mexicana y concentraban cerca del 43 por ciento de la riqueza total del país.

Es cierto que los estereotipos son tan injustos como las generalizaciones pero ante el sueldo de 560 mil pesos del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los más de 200 mil de un senador, los más de 119 mil de un diputado o los casi 250 mil del presidente de la República, el valor de la justificación es relativo. Más bien parecen signos de indolencia e indiferencia ante la brecha, nuevas formas de esclavitud.

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