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¡Otro gasolinazo!

Otro mes, otro gasolinazo. La expresión fue patentada hace años por Andrés Manuel López Obrador, pero en un momento de euforia ante la reforma energética, el presidente Enrique Peña Nieto prometió, literalmente enérgico, “no más gasolinazos”.

Y esas palabras le serán recordadas una y otra vez en cada aumento que haya hasta fines de 2018. En esta ocasión fueron significativos: 56 centavos por litro a la gasolina Magna (llegando a 13.96 pesos), con la Premium alcanzando 14.81 pesos por litro (44 centavos). El Diésel subió 21 centavos, a 13.98 por litro.

El hecho es que las finanzas públicas siguen muy débiles. El horno fiscal nunca está para subsidiar la gasolina, pero menos ahora. De entrada, porque los problemas más recientes en las refinerías del país (que ojalá algún día puedan venderse) provocó todavía mayor importación de gasolinas. No se trata de comprar caro afuera para vender barato adentro. Esto, aparte, porque ese diferencial lo cubriría Petróleos Mexicanos, una empresa que de por sí ya está lo suficientemente quebrada como para hundirla más presupuestalmente.

Hay un argumento bastante endeble, pero bastante popular: en México el poder adquisitivo de los salarios es bajo, por lo que la gasolina debe ser igualmente barata. El clásico comparativo es cuántas horas de trabajo cuesta llenar un tanque en, por ejemplo, California, y cuántos días se necesitan en México.

Lo cierto es que, si a esas vamos, hay que ofrecer todo muy barato en el país. Y, antes que la gasolina, bienes de consumo de primera necesidad. Esto porque en México los pobres no suelen tener coche.

Por lo menos lo que está pasando de moda es la noción de que México es una potencia petrolera y que, por tanto, la gasolina debe ser barata. Con las reservas de crudo a la baja desde 1999 y la producción en caída libre desde 2004, ya no puede decirse que el país sea una potencia en la materia. Pero además está la muy deficiente capacidad de refinación. De hecho, la balanza comercial petrolera es deficitaria desde 2015.

Finalmente, hay tres razones por las cuales los impuestos a las gasolinas representan algo muy positivo. Lo primero es que son claramente progresivos. Esto es, paga más quien más tiene. No hay vuelta de hoja: la persona que trae una camioneta gigantesca pagará muchísimo más que otra que usa transporte público. Mucha gente se quejara de los “gasolinazos”, pero para el sector más privilegiado de la población pagar los pesos adicionales que costará llenar el tanque es algo de risa.

Lo segundo, y obvio, es que se trata de un impuesto ecológico, pues incentiva a usar menos el coche.

Finalmente, es fácil de recaudar e imposible de evadir. Se llena el tanque, se paga y, de hecho, se acaba de entregar el impuesto al gobierno.

Por ello, es financieramente sensato aumentar el precio de la gasolina, por más que sea un desastre político.

*Doctor en Economía. Profesor-Investigador del ITESO. Investigador Asociado del CEEY. Ex funcionario del FMI

 

[email protected] / @econokafka