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Redes sociales de apoyo y afecto

Isaura es empleada desde hace décadas de una oficina gubernamental. Mantenerse en esa dependencia le da estabilidad laboral, obtener un pequeño ingreso con su sueldo de burócrata, asegurar su presente y reducir incertidumbre al futuro. Ante las sucesivas crisis económicas del país, que golpearon la calidad de vida de los mexicanos, empezó a vender dulces y golosinas entre sus compañeros con el discreto aval de su jefe. Los pesos extras le ayudaron. También se mudó a la casa de una tía para apoyarla y apoyarse. Desde que las dificultades financieras de la nación iban y venían por oleadas, debido a factores ajenos a ella, uno de sus días semanales de descanso trabaja en una tienda de abarrotes de un familiar. Sobrevive a las continuas carestías. Los vínculos que estableció, donde están amigos y familiares, no le han permitido disfrutar lujos, pero sí acceder a lo mínimo indispensable de necesidades materiales y de afecto.

La experiencia real de Isaura dibuja en términos generales la vida cotidiana de la mayoría de los mexicanos: para cruzar las tempestades es necesario construir redes sociales de apoyo. Grandes o pequeñas, como se pueda, pero crearlas. Los mexicanos con una vida honrada, de trabajo y persistencia, tienen en común que los envuelven numerosas redes protectoras de apoyo que representan esperanza, comprensión y solidaridad mutua. Las construyen en los espacios cotidianos en que viven: en sus casas, donde laboran, en los sitios a los que suelen ir, con los vecinos y, ahora, hasta por medio de las redes virtuales.

Es difícil, si no imposible, ser totalmente autosuficiente, no depender de nadie. Necesitamos caminar juntos. Primero, con la gente cercana, de la familia y/o de quienes regalan su auténtico aprecio, reconocimiento o interés en nuestras personas o nosotros por ellas. Ahí están los del primer círculo, los amigos de siempre. Son las relaciones de calidez que respaldan en los momentos complicados o de alto riesgo. Donde se trata de dar y recibir, donde dar es igual a recibir. Que alguien no tiene empleo, necesita un préstamo, requiere unos kilos de frijol, unas palabras orientadoras, le trasladen sus hijos a la escuela, le echen un ojo a la casa mientras laboran, etcétera, se podrá pedir u ofrecer ayuda si se cuenta con esa telaraña de vínculos humanos y humanitarios.

Gracias a las redes sociales de apoyo que actúan en las entrañas de las desiguales e infames estructuras económicas del país, la mayoría de los mexicanos sobrevivimos a reformas fallidas y medidas atentatorias contra los bolsillos, como los gasolinazos de Peña Nieto; a las dañinas devaluaciones de López Portillo; las perjudiciales crisis económicas de Zedillo Ponce de León; las repercusiones de las aperturas de fronteras y el desmantelamiento del Estado de Salinas de Gortari; la estabilidad que escondía millones empobrecidos de De la Madrid; la demagogia, corrupción y desencanto de muchos con Fox; la gran inseguridad y enormes dosis de violencia y dolor del periodo Calderón Hinojosa. Atravesamos enormes lapsos, caminamos sobre abismos, salimos adelante a pesar de nuestros gobernantes, gracias a que distintas personas nos tendieron la mano y/o tendimos la mano, que incluye instituciones y negocios, sin pedirnos votos ni adhesiones políticas.

El Estado mexicano paternalista, burocrático y corrupto, en los hechos es sustituido de manera más eficiente, noble, cálida y con mayores alcances por esos lazos tejidos diario por millones de mexicanos. Niños, jóvenes, adultos y ancianos; hombres y mujeres; pobres, enfermos, con distinta preferencia sexual, color de piel, creencias religiosas, etnia o cualquier otra razón, rasgo o diferencia, hallaron o crearon esos espacios íntimos, cercanos, para darse una mano. Eso nos distingue a quienes nacimos en México. Por eso es vital ampliar y fortalecer las redes sociales de respaldo ante el periodo que padecemos y los que vengan.

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DN/I