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¿Qué sigue después del paro?

La huelga de los árbitros debe dejar varias reflexiones a considerar. El sólo hecho de que hayan tenido la valentía de no dar marcha atrás en el momento que lo decidieron, de mantenerse firmes en su exigencia de aplicar un castigo ejemplar a dos jugadores agresores, no es una rebelión menor, ni mucho menos debe quedar como un berrinche que años después recordemos como un buen intento de generar un cambio.

Pero el cambio debe ser en todos los niveles, no solamente en una parte. Ciertamente los silbantes reaccionaron producto del hartazgo, por considerar que su figura ha sido pisoteada, sobre todo desde que los comentaristas de televisión, con toda la ventaja de contar con el privilegio de la repetición en sus monitores, juzgan con severidad una decisión mal tomada.

Un árbitro en la cancha sólo tiene un segundo para decidir aplicar el reglamento, y en ese breve lapso sabe que quedará bien con unos, y mal con otros; y que en caso de perjudicar al equipo local se desatará el monstruo de las mil cabezas en el estadio, la multitud rugirá, porque tampoco nunca falta el jugador o hasta el técnico que alienta a ejercer presión.

El jugador también debe cambiar su actitud, dejar de fingir faltas para demorar el juego, sobre todo en una liga que en el previo de cada partido repite hasta el cansancio: “Juega limpio”.

Pero esta columna no se trata de defender a los árbitros, porque también es muy cierto que hay nazarenos muy soberbios y arrogantes que gustan de provocar a los jugadores cuando apenas va a empezar el partido, o quienes ya tienen cierto prejuicio sobre algunos técnicos y están más al pendiente de lo que hacen en la banca que del partido, como sucedía con Tomás Boy y Hugo Sánchez, a quienes Marco Rodríguez los tenía bien vigilados.

Uno de los episodios más recordados es cuando Bonifacio Núñez se encaró a pechazos con el entonces técnico del Monterrey, Arturo Salah.

El técnico debe dejar de proteger en exceso a sus jugadores justificando faltas como Hernán Cristante en el caso de Rubens Sambueza, quien lesionó a Isaac Brizuela. No se puede defender lo indefendible.

Y los directivos deben comprender que la justicia debe impartirse pareja, sin importar los intereses que se lastimen, como era el caso de Pablo Aguilar, jugador del América.

A partir de ahora, ya nada puede ser igual.

@ofares72