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Crisis de identidad

El mundo navega en el océano de lo irreversible. La modernidad nos enfrasca en una situación de perpetua inestabilidad. Las novedades son la adicción más peligrosa, el esfuerzo por acumular es agotador. El ser humano se encuentra en una fase de canibalismo de consumo. La dialéctica productivista permanece como el eje estructural de nuestras relaciones.

Desde que el ser humano optó por poner el mundo bajo su administración, la naturaleza fue expulsada de la agenda global. La noción de reciprocidad ha sido extirpada de la relación humanidad-ecosistema. La devastación ha sido tal que para abordar los problemas ambientales es aún más urgente resolver los problemas de identidad social.

La lógica de mercado ubica a todo objeto como pieza rentable para la reproducción del capital. En este proceso de producir, consumir y distribuir la rentabilidad se sobrepone a la solidaridad dando como resultado la creciente desigualdad social. En esta lógica la fijación por los objetos materiales nos distancian como sociedad, nos alejan del ecosistema y sobre todo rompen con la relación que tenemos con nosotros mismos.

La crisis de identidad nos sitúa en un constante estado de cambio; es decir, tenemos miedo de fijar alternativas que se sostengan en el tiempo. Ante problemas que perduran generamos soluciones parciales que se enfocan en la punta del iceberg. Esta dimensión “líquida” de la sociedad, término acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman, constituye en gran medida el reto de la sociedad moderna.

La ecuación de desarrollo tiene que incluir a componentes ignorados por la dialéctica productivista. El ecosistema y las relaciones humanas tienen que estar sobre la lógica de consumo con el fin de fijar límites y reconstruir las relaciones sociales con base en el compromiso.

Los múltiples estallidos sociales evidencian la urgencia de estabilidad. Las soluciones sugeridas deben de abandonar su lógica “rentable” para adoptar una perspectiva solidaria. Nuestras motivaciones como individuos deben apartarse del terreno de lo “novedoso” y remplazarse por lo duradero; es decir, aquéllo que trascienda en colectividad más no en ambiciones individuales.

En este sentido aparecen corrientes ideológicas como la ecología política que busca replantear las formas de la producción y trazar alternativas para comprender y concebir tanto a la naturaleza como a las relaciones humanas.

Si bien, estas líneas no ofrecen una solución exhaustiva al imperante modelo económico, pueden servir como plataforma de reflexión sobre la manera en la que vivimos y consumimos.

 

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