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El fortalecimiento del peso

A inicios de año, a raíz de los gasolinazos, diversos opinadores estimábamos que para este junio la paridad de nuestro peso estaría a 25 por dólar. No era para menos: en junio del 2016, el dólar se vendía en promedio a 18.4 pesos en los bancos y desde entonces mantuvo una tendencia al alza casi invariable. En noviembre, a partir de le elección de Trump, el peso se devaluó 8.9 por ciento, pasando de 19.1 a 20.8 por dólar y después, con los gasolinazos, pasó de 20.4 en diciembre a 21 pesos en enero. Entre marzo del 2106 y enero del 2017 el peso se depreció 21 por ciento. Paradójicamente esto se ha revertido desde febrero: a fines de la semana pasada el dólar se vendió a 17.97 pesos, lo que implica una revaluación de 14.4 por ciento y se encuentra en sus mejores niveles desde mayo del 2016.

¿Cómo ha sido posible?, ¿Los riesgos de nuevas depreciaciones están resueltos? ¿Qué más implicaciones tiene la revaluación?

En una relación peso-dólar las explicaciones no pueden provenir sólo con lo que haya pasado en México. ¿Le conviene a los Estados Unidos un dólar fuerte? No tanto: un dólar caro implica un encarecimiento de los productos norteamericanos y un abaratamiento de los importados, lo que se traduciría un mayor déficit externo, menor actividad económica y menor generación de empleo. Un dólar más fuerte no necesariamente significa que los Estados Unidos sean más fuertes.  De hecho, el que los aumentos de las tasas de interés norteamericanas hayan sido leves y muy pausadas no marca un gran apuro de las autoridades del Tesoro para fortalecer el dólar.

Desde el lado mexicano, la evolución de los precios internacionales de productos petroleros ha sido errática, pero tiende a reducirse el déficit y por lo tanto la presión sobre el peso: en diciembre de 2016 México tuvo un déficit de 1,627 millones de dólares y éste se redujo a 1,188 mdd en abril pasado. Las remesas enviadas por los trabajadores migrantes en Estados Unidos se han mantenido a niveles muy elevados y las exportaciones automotrices (en especial las de autopartes) han sostenido su crecimiento. Hay otro factor aún más importante: la decisión del Banco de México de cubrir los riesgos cambiarios del endeudamiento en dólares, lo que implica trasladar los riesgos de crisis de deuda del sector privado al público (lo mismo que se hizo con el Fideicomiso de Cobertura de Riesgos Cambiaros, FICORCA), durante el sexenio de Salinas.

¿Los riesgos devaluatorios están resueltos? NO, volatilidad persiste. México produce y exporta cada vez menos petróleo y habrá que pasarle un pedazo del pastel cada vez más grande a las empresas privadas en el sector, además de que sufrimos afectaciones como el accidente de Salina Cruz, que deterioran más nuestra producción de petroquímicos. Las exportaciones automotrices y los ingresos por remesas dependerán crecientemente de las renegociaciones del TLC y de las decisiones de política industrial y migratoria de la administración Trump. Por otra parte, la bolsa de valores de México deja de ser interesante para atraer divisas. El Índice de Precios y Cotizaciones oscila en niveles similares a los de mediados de agosto de 2016, lo que implica que en términos reales, descontando la inflación, la bolsa opere con pérdidas. Además, un peso fuerte se acompañará de un repunte del déficit externo en cuenta corriente de balanza de pagos: más importaciones, menos exportaciones, mayor costo del pago de intereses de la deuda (no sólo por los incrementos internacionales, sino por las sobretasas que ofrece México para contratar deuda) y un posible debilitamiento en el envío de remesas a México.

A todo lo anterior habrá que agregar el factor político. Desde ahora el gobierno federal hará hasta lo imposible para mantener una imagen de estabilidad y crecimiento hasta junio del año próximo, cuando se realicen las elecciones presidenciales. La acumulación de los problemas financieros y comerciales se esconderá debajo del tapete, importando poco si las consecuencias posteriores puedan ser mayores.

@LIgnacioRM

JJ/I