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“Soy un sobreviviente de mi vocación”

Giro. En un principio Fausto Ramírez se interesa en la música, pero es en el teatro que encuentra su canal de expresión artística. (Foto: Mónika Neufeld)

Tras la entrevista, cuando la grabadora estaba por fin apagada, el director tapatío Fausto Ramírez contó que le pidieron escribir un texto para la Muestra Nacional de Teatro, para lo cual hizo varias lecturas que le llevaron a una conclusión: que el teatro es la cosa más útil de las cosas inútiles.

Se ha dedicado a ello desde los años 80 y ha montado obras muy diversas, dirigidas para distintos públicos y con elencos de trayectorias diferentes, y sigue en la recta, trabajando con la compañía que codirige con su esposa, Susana Romo, A la Deriva Teatro, y en busca de textos que lo reten como director todos los días.

NTR. ¿Cómo te encontraste con el teatro en primer lugar?

Fausto Ramírez (FR). Tiene que ver con el azar, no es que uno busque en específico como una profesión o como un destino de vida hacer teatro; creo que todo comienza con inquietudes que yo siempre se las he atribuido a la adolescencia, a la mía al menos: vengo de una familia que fomentó mucho la lectura y el gusto por la música. Si algún ideal pensaba yo para mi vida era un poco ser Harrison o Lennon. Nunca me pensé como una persona de teatro. Como todo buen adolescente enamorado de la vida, comencé a escribir versitos cursis, hasta que un día se me atravesó un taller de pantomima, un mimo alemán que vino al teatro Alarife por allá en 1977 ó 78, una de mis hermanas me llevó; quiero creer, a lo mejor por mi nostalgia o mi ruquez, que fue entonces cuando me di cuenta de que tenía ciertas facilidades en el escenario y ahí comenzó todo. Una cosa llevó a la otra y de pronto me vi en la escuela de teatro de la Universidad de Guadalajara conectado con la dos veces vieja compañía de teatro.

NTR. ¿Cómo fueron tus primeros pasos en la escuela?

FR. Era un espacio de formación bastante rudo, tenías que dedicar todo el día en esas pedagogías del director sabelotodo o imponelotodo: su voz era hegemónica, nosotros éramos muy jóvenes, creímos que por ahí era la cosa y seguimos. Al mismo tiempo me ocurrió algo que me marcó: un día fui a ver un ensayo de una obra de Félix Vargas, que yo no sabía quién era, era Las dos soledades, y ahí estaba Félix dirigiendo, dando indicaciones a los actores y a la gente en cabina. Ahí supe que lo que yo quería hacer era eso, tener ese control y una visión para estar en todos lados.

NTR. ¿Ahí ocurrió la gran revelación?

FR. No fue una revelación hollywoodense, me fui a mi casa caminando esa noche, pensando que sí, que lo que yo quería hacer era dirigir la escena. Pero entonces era muy difícil, si tú manifestabas que lo que querías era dirigir la gente se reía a carcajadas, el director con el que trabajé en la compañía de la Universidad de Guadalajara había tenido el tino o la oportunidad de ir a Europa y cuando regresaba era peor todavía, nos contaba que los actores allá volaban (risas). Llegar a ser director era la máxima jerarquía. El teatro no era un espacio de expresión: en la escuela en ese entonces podías aspirar a ser dos cosas, tramoya o actor y para ser actor tenías que comenzar siendo asistente de tránsito, nunca había una cuestión como ahora de registrar la reflexión del día y hacia a dónde va el montaje.

NTR. ¿Fue un camino difícil entonces?

FR. No te estoy hablando de un mundo hostil, sí nos la pasamos a todo dar, pero por ejemplo, ayer les decía a los chicos de la compañía que ellos tuvieron suerte, nosotros fuimos una generación acosada por las drogas, realmente bajo cualquier pretexto había reventones, había actores que llegaban borrachos a las funciones. Hay una cosa que hacen los clowns en Francia, que celebran el Green Day al final de las temporadas donde se podían hacer cualquier broma, por pesada que fuera, así vivíamos entonces, en un perpetuo Green Day.

NTR. Y sin embargo todo eso fue parte de tu formación

FR. Recuerdo con mucho cariño los espacios de la escuela de artes plásticas y cómo compartimos lecturas a nivel cancha. Ahí descubrí novelistas que no habían llegado a mi casa. Más que estar dentro de los ensayos o del salón de clases fueron los pasillos donde mi cultura se enriqueció mucho. En una época que no había licenciatura salías a nivel técnico, me adentré en movimientos con derrotas anticipadas, pero todo era parte de un festejo de vida interminable. Hoy vemos actores cuya formación está más comprometida con sus cuerpos. Cuando decidí que quería hacer esto el resto de mi vida no pagaban por hacerlo. Todavía no había apoyos institucionales y no tenía el currículum, en ese entonces fue un poco azaroso, en realidad puedo decir hoy que soy un sobreviviente a mi vocación.

“Realmente la libré, intenté dejarlo alguna vez por cuestiones económicas, tenía que trabajar y ensayar y terminaba fundido, pero siempre supe que era parte del camino”
Fausto Ramírez, actor

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FV/I