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Fronteras rotas

“Italia está saturada”, sentenció Maurizio Massari, embajador italiano en la Unión Europea (UE). La Organización Internacional para las Migraciones afirma que desde 2014 Italia ha recibido más de medio millón de embarcaciones repletas de migrantes. Ante esta situación el gobierno italiano amenaza con cerrar sus puertos a los barcos de rescate internacional forzando así a otros miembros de la UE acoger a los desplazados.

Italia no es un caso aislado, el desplazamiento forzado es un problema de carácter global. El informe Tendencias Globales 2016 elaborado por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)  remarcó que cada minuto 20 personas huyen de sus hogares y buscan protección en otro lugar, ya sea dentro o fuera de su frontera.

Lo hasta ahora vivido, en materia de migraciones y refugiados, es sólo el comienzo. Las guerras, el subdesarrollo y el calentamiento global se conjugan para desplazar alrededor de 25 millones de personas cada año. En menos de lo que se piensa más países se convertirán en receptores de desplazados, por consiguiente es necesario poner en marcha un cambio de estrategia y de actitud.

Los refugiados no amenazan al bien común, son la reacción a un bien común mal administrado llamado humanidad. El subdesarrollo tanto de África cómo de Centroamérica se explican a partir de los atracos realizados por Estados desarrollados décadas atrás. En concreto, el  subdesarrollo de unos es consecuencia del desarrollo de los otros, aunque hoy la geografía los separa, la historia los une.

En esta lógica el término desplazados se refiere a todos aquéllos excluidos del sistema de protección capitalista, entiéndase por cobertura escolar, sanitaria, consumo etcétera. Dicho esto, es importante no caer en el discurso del populismo de ultraderecha antiinmigrantes, que señalan que la migración pone en peligro la cohesión y solidaridad de grupo.

Acoger a los migrantes implica entonces la ampliación de las estructuras internas de un Estado y con ello obliga a un cambio de modelo, uno que se fundamente en la solidaridad global y que persiga una sociedad justa. Es indispensable no confundir la solidaridad con el asistencialismo atroz. Lo anterior obliga a los países receptores a buscar soluciones de inclusión y no nuevos muros u otras formas de apartheid que sólo retrasan los efectos de la movilización de poblaciones.

Los inmigrantes aportan mucho más de lo que se piensa a los países que los hospedan. La cuestión está en integrarlos, no excluyéndolos en guetos que en poco tiempo se convierten en nidos de frustración y violencia. Si las grandes olas de personas se consideran poco sostenibles es aún menos sostenible la velocidad en la cual vivimos. Los índices de consumo son voraces, hambrientos por “avanzar” y en esta dinámica nos hemos olvidado de la empatía, aquélla capacidad cognitiva de percibir lo que el otro puede sentir.

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JJ/I