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Nombrar el dolor con la lengua madre

Lucha. El autor se congratula de que la poesía sea un vehículo para mostrar la realidad de su pueblo, que se ha normalizado con los años. (Foto: Cortesía FIL)

Por “su notable calidad estética-literaria”, ayer un jurado decidió otorgar el quinto Premio de Literaturas Indígenas de América (PLIA) a Hubert Martínez Calleja, por su poemario Las sombrereras de Tsísídiin, escrito en la lengua mè’pháá (tlapaneco), que presentó bajo el seudónimo La niña de Lima.

El libro ganador es también denuncia: a través de sus 50 poemas cuenta la historia de dos niñas de su pueblo, Acatepec, en Guerrero, que son raptadas para explotación sexual en las playas de Acapulco. La historia de la conformación del pueblo y la búsqueda de las dos niñas, comandada por su abuelo, también son parte del libro que termina con la creación de policías comunitarias para cuidar al territorio ante la violencia.

Esta es, por supuesto, una historia real. Una historia que, contó el autor en entrevista, viven todos los días quienes habitan en los pueblos indígenas de Guerrero desde hace muchos años.

“Para mí este premio significa la posibilidad de visibilizar las injusticias que ocurren en esta zona de la montaña del estado, me da alegría que la poesía pueda relatar estas historias que casi no se conocen”, dijo Martínez Calleja, después del fallo del jurado. “Es en las zonas indígenas donde se viven las crisis más duras del sistema, tanto por las políticas que son aplicadas, la militarización y la paramilitarización, hay ambiente violento y muchas personas lo aprovechan para raptar a las niñas y llevarlas a los puertos a la prostitución o para la venta de órganos, quienes vivimos aquí vemos directa o indirectamente esto todos los días, no hay nadie que se salve, la historia de los niños aquí es una historia plagada de injusticias a pesar de su corta edad, han tenido que crecer en medio de mucho dolor”.

En la familia del poeta hay varias personas desaparecidas desde hace años, esa ausencia a la que han tenido que habituarse y de la que él aprendió desde muy temprana edad fue la que le impulsó en primer lugar a crear esta obra.

En la entrevista el poeta recuerda un dicho que dice que en el campo se escoge la herramienta que más se le adecúa para trabajar y la suya fue la poesía, la poesía que busca asir la memoria de esas historias que nadie cuenta. Como muchos de los habitantes de su comunidad, para estudiar, para trabajar o para conseguir servicios de salud, tuvo que emigrar.

“Me encontré un mundo muy diferente en donde comencé a hacer poesía”, contó. “Pero esa inquietud viene también de mi familia, mi abuela, mi padre y mi madre me contaban cuentos, yo sin darme cuenta también comencé a contarlos a mis amigos en el pueblo, ahí comencé con mi proceso creativo, realmente a través de la oralidad”.

Decidió hacerlo, por supuesto, en su lengua madre, el tlapaneco: “Cada lengua tiene su manera de ver el mundo y de interpretarlo, uno crece en su lengua materna y aprendes a sentir a través de esa lengua. Con el tiempo me di cuenta de que el español no me daba para expresar todo lo que yo sentía, todo lo que yo quería y vi que tenía que regresar a nombrar ese dolor desde la lengua con la que conocí el mundo, esa lengua con la que aprendí a llorar y a gritar. Fue una necesidad imperiosa, se me puso en el camino y tuve que regresar a fuerza para hablar desde mi lengua”, dijo el poeta.

El libro premiado es bilingüe, porque esta condición significa para él habitar dos mundos en constante diálogo. Un diálogo en el que muchas veces no es posible la traducción: “A la hora de escribir (quienes hablamos dos lenguas) siempre escogemos una, porque ella está configurada tu identidad y siempre, casi políticamente, decidimos escribir desde la nuestra, pero en realidad es un diálogo de los dos mundos, un diálogo en dos estéticas”.

Aún no hay propuestas para publicar el libro, el PLIA no lo contempla, pero el escritor tiene esperanza de que ocurra. Para él la crisis de las lenguas originarias es por la violencia sistemática que hay para desaparecerlas: “Están enfrentando el destino de desaparecer y creo que las lenguas que le están apostando a la vida son las que están empezando a escribirse, a documentarse en varios medios, esas son las herramientas que están adoptando los pueblos ante esta violencia que nos está avasallando”, dijo.

La convocatoria

Esta edición fue dedicada al género poesía, en la que participaron 21 personas, siete mujeres y 14 hombres de México, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, Paraguay, Perú y Venezuela.

Las obras se presentaron en 17 lenguas: mapuzugun, de Chile; puinave, de Colombia; kichwa, de Ecuador; tz’utujil, de Guatemala; otomí, maya, mazateco, mixe, náhuatl, purépecha, tlapaneco, tseltal, tsotsil y zapoteca, de México; Guaraní, de Paraguay; quechua, de Perú y añú, de Venezuela.

El jurado sugirió a la Comisión Interinstitucional de PLIA que otorgue mención honorífica a la escritora Celia Rosa Quispe, de Perú, por su contribución en la reactualización del arte verbal quechua. Y también a la lengua añú, representada por la escritora Gretzy Chiquinquirá, y la lengua puinave, del escritor Efraín Bautista Sánchez, por ser lenguas en desplazamiento.

Por otro lado, el premio este año es de 300 mil pesos, además de un reconocimiento y estatuilla.

“Para mí este premio significa la posibilidad de visibilizar las injusticias que ocurren en esta zona de la montaña del estado, me da alegría que la poesía pueda relatar estas historias que casi no se conocen”
Hubert Martínez Calleja, escritor

JJ/I