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Un linotipista en toda la extensión de la palabra

Pasión. Para Villegas, un buen libro no es solamente el que está bien escrito, sino aquel que está bien hecho tipográficamente, que tenga estética. (Foto: Jorge Alberto Mendoza)

Para don Rafa Villegas es importante que al agarrar un libro y palparlo con la mano, se sienta la impresión. Tiene 71 años de edad, más de 50 de ser linotipista, y a él los libros siempre le ha gustado hacerlos así. Durante la charla trae una camisa de cuadros y cuando responde mira por encima de los anteojos. Frente a él, una máquina de linotipo modelo Intertype, como las de antes, lo dobla en altura. No para de correr la banda mientras platica con NTR. A su lado, en el taller de la editorial Impronta, tiene una caja de cigarros y un manual de instrucciones en inglés. Hay un olor mixto entre metal, tinta y aserrín que lo invade todo.

“La tipografía moderna no se siente igual, el golpe de la máquina es muy importante, así es un libro que tiene vida”, dijo.

Para él, un buen libro no es solamente el que está bien escrito, sino aquel que está bien hecho tipográficamente, que tenga estética. “Que se haga lo mejor que se pueda: sin pleonasmos, sin espacios demasiado separados”.

De norte a sur

Su primer contacto con una de las imprentas con las que ha trabajado gran parte de su vida fue en su natal Hidalgo del Parral, Chihuahua, en un periódico que se llamaba El Sol. La vio por primera vez a los 10 años en el trayecto de la escuela a su casa. Entró por curiosidad a admirarla y los trabajadores lo descubrieron. Para castigarlo, le dieron una línea de typos que acababa de salir de la máquina para que se quemara los dedos.

“¿Está pesada?”, le dijo el operador de la máquina.

“Está nomás caliente”, le respondió él.

Palabras más palabras menos, ahí comenzó a trabajar limpiando las maquinarias a cambio de periódicos que repartía en su trayecto a casa para sacar un dinero extra. Era 1956 y el ejemplar costaba 30 centavos.

Un día al llegar al taller vio que lo estaban desmantelando, El Sol iba a cerrar y él perdería su trabajo.

Pero al poco rato salió El Monitor, un periódico de la tarde donde trabajaba una de sus hermanas. Ella consiguió que lo contrataran como aprendiz, ahí conoció de cerca los linotipos, las prensas de impresión y ahí también nació su amor por esas grandes y pesadas máquinas. Era una ciudad pequeña, y su paga venía directamente de las ventas en la calle del periódico, regresaba a diario con grandes bolsas de monedas amarradas con un nudo.

“Tendría 17 años cuando vi que no había mucho futuro ahí, me fui con la competencia, El Correo, les dije que era linotipista y que si me daban trabajo. Ahí había una máquina Cometa, la más moderna que había entonces, nuevecita, se manejaba con cinta perforada, trabajaba sola, nomás tenías que vigilar que no se atorase”, explicó don Rafa.

Por esos años, su familia se mudó a Guadalajara debido a problemas de salud de su madre. Él se quedó solo en Chihuahua, y después de emplearse en varios periódicos como El Fronterizo, El Mexicano, El Heraldo y El Norte, comenzó su recorrido hacia el sur. Rechazó un trabajo en La Opinión, en Los Ángeles, Estados Unidos, para seguir a su familia: “No sentía como muchos las ganas de irme allá para el norte, nomás no nací para eso”.

Era 1970. Llegó a Guadalajara, en donde ha vivido desde entonces. Su primer trabajo fue en El Occidental, del que sólo recuerda la paga muy baja.

Ahí se dio cuenta de que lo que más le gustaba hacer eran los libros, siempre con ese método. “Hacer esto me hace muy feliz, y tener la oportunidad de hacerlo hasta mis más de 70 años me llena de orgullo”.

Libros con calidad y nostalgia

“He sido un linotipista en toda la extensión de la palabra”, dijo Don Rafa sobre su trabajo. “Puedo hacer un libro, pero fui mucho tiempo maquilero en artes gráficas, he surtido trabajos comerciales, publicidad, lo que dejaba dinero... Aprendí mucho porque tuve buenos maestros, me enseñaron desde desarmar hasta arreglar una máquina y todo el mantenimiento general”.

Pero la modernidad estaba llegando, y cuando ese tipo de impresoras nomás sirvieron como chatarra, don Rafa se quedó “como en la orfandad”. Tuvo que buscar otro empleo: lo encontró armando computadoras. “Pero siempre me invadió una melancolía, no entendía cómo era posible que yo hiciera esas tareas si yo sabía hacer cosas más importantes”.

Un encuentro fortuito habría entonces de cambiar el rumbo de su vida. La máquina con la que trabaja en Impronta, y cuya banda no deja de hacer ruido durante la entrevista, la encontró en una imprenta en la calle San Felipe, casi a la venta, sin nadie que la trabajara.

Él empezó a hacerla funcionar, pero ya por entonces todo se hacía en impresiones offset, y pronto tuvo que buscar otro trabajo, hasta anduvo de electricista. Un día que fue a la imprenta, se encontró con Clemente Orozco Farías, nieto del famoso muralista, quien, maravillado, preguntó si no vendían la máquina.

“Es posible que la vendan, pero al kilo”, fue la respuesta.

Don Rafa vio en Orozco Farías a un posible rescatista y cuando el dueño decidió por fin deshacerse de ella, buscaron juntos a inversionistas que quisieran aportar dinero a la compra de un artefacto que ya casi todos habían olvidado. El pintor Roberto Rébora y la arquitecto Helena Aldana se sumaron a la causa.

“Me fui al estudio de Roberto y de ahí llamamos al dueño, le aconsejé que le ofreciera 15 mil pesos, la máquina costaba 25, pero era una situación emergente, afortunadamente le dijeron que sí”, explicó entre risas, señalando con la barbilla la máquina frente a él. “Yo la quiero mucho, la he tratado muy bien y trabaja como si fuera nueva, hubiera sido un crimen deshacerse de ella. Ésta es la que ha hecho todos los libros de Impronta”.

Junto con el equipo de la editorial independiente, que a la fecha es dirigida por Orozco Farías, siguen haciendo libros cuyo valor tiene que ver no sólo con la calidad, sino con la nostalgia, y donde usan las mismas viejas máquinas que rescataron y restauraron “para que no se fueran al kilo”. Los libros ahí se sienten tal como a don Rafa le gusta.

“Hacer esto me hace muy feliz, y tener la oportunidad de hacerlo hasta mis más de 70 años me llena de orgullo”.

“La tipografía moderna no se siente igual, el golpe de la máquina es muy importante, así es un libro que tiene vida”

“Puedo hacer un libro, pero fui mucho tiempo maquilero en artes gráficas, he surtido trabajos comerciales, publicidad, lo que dejaba dinero”
Rafael Villegas, linotipista

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