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Tijuana makes me happy

Para Sergio

Por la Tijuana profunda

 

Las ciudades son entes vivos que se transforman de acuerdo a sus propias historias y personajes que las habitan. Tijuana por ejemplo, una ciudad fronteriza que estuvo estigmatizada durante mucho tiempo como el bar trasero de los gringos que querían fiesta asociada posteriormente con la violencia producto del narco, con el paso del tiempo le dio la vuelta a su estigma y se convirtió en un polo de diversidad cultural que ha sido lugar e inspiración artística para muchos movimientos.

Hace algunos años, Tijuana era considerada el burdel más permisivo de México. Recuerdo hace un par de décadas haber pasado por ahí con un profundo miedo por atravesar las luces de neón de algunas calles mientras el automóvil que nos transportaba subía los vidrios y transitaba a velocidad considerable para no mirar. Como casi cualquier ciudad fronteriza, Tijuana no era particularmente bella.

Así, cuando nadie quería transitar un centro desolado por el miedo, Sergio decidió abrir La Mezcalera. Un pequeño bar que se atrevía a algo muy simple y a la vez muy complejo en ese contexto: abrir. En un centro deprimido al que nadie quería visitar, La Mezcalera se convirtió en un oasis, un respiro que abría la posibilidad de transitar y recuperar un espacio que se creía perdido. Lo que su apertura provocó está estudiado por académicos y vivido por ciudadanos: el centro comenzó a ser un polo de vida y por efecto dominó, se comenzaron a abrir más y más sitios. La gente cansada de no poder habitar su propia ciudad, decidió salir y consumir en estos lugares que les ofrecían una ventana de resistencia.

La Tijuana, conocida también por la colonia Lomas Taurinas donde se asesinó a Colosio, le quiso dar la vuelta para convertirse en uno de los polos culturales –entiéndase gastronómicos, musicales y demás– más potentes.

Ahí mismo, en El Bordo, un paisaje que rompe con su crudeza cualquier esperanza, los migrantes a la deriva buscan refugio en ese no lugar. Es en esa ciudad donde hay un muro lleno de cruces, de patrullas fronterizas, de familiares que se hablan a través de rejas a las orillas de la playa sentados en sillas improvisadas que a manera de picnic han aprendido a normalizar. Una playa particular de frontera donde les queda la sonrisa de la esperanza de un encuentro.

Después de visitarla, me queda claro que Tijuana ya no es la que yo recordaba. Es mucho más.

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JJ/I