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El ‘frente amplio’ y sus asegunes

En la fotografía aparecen tres personajes, todos ellos presidentes de partido políticos: Alejandra Barrales, del PRD; Ricardo Anaya, del PAN, y Dante Delgado, de MC. En sus rostros se dibuja una amplia sonrisa y quien no los conociera se llevaría la impresión de que se trata de una festiva reunión de camaradas. Tienen poderosas razones para festejar, finalmente el esfuerzo desarrollado por la mancuerna Barrales-Anaya parece haber fructificado. Con la adhesión de MC, los tres dirigentes convocaron a una rueda de prensa para anunciar la creación del Frente Amplio Democrático.

Si bien la construcción de frentes se ha convertido en un recurso frecuentemente utilizado por las organizaciones partidarias, particularmente en los tiempos que preceden a las contiendas electorales, las motivaciones para su conformación responden a diversos objetivos.

Por una parte, hay frentes en cuya integración confluyen partidos que comparten una perspectiva ideológica y/o programática que los identifica. Declaran que su objetivo es llegar al poder para materializar sus postulados en acciones de gobierno.

Pero también hay frentes que se construyen con la articulación de partidos cuyas ideologías y programas son harto disímiles e incluso contradictorios. Sus motivaciones pueden ser muy diversas y en algunos casos sumamente respetables, como fue el caso de la Concertación de Partidos por la Democracia, que aglutinaba a fuerzas políticas tan dispares como el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista, coaligados para terminar con la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.

Finalmente, hay también “frentes” (así, entre comillas) cuyas motivaciones responden a intereses más mezquinos, aunque traten de enmascararlos con una retórica discursiva que apesta a demagogia. En el fondo, dadas las condiciones de debilidad en que se encuentran sus organizaciones, buscan en primer término garantizar su supervivencia para seguir disfrutando de los privilegios de que goza la partidocracia en México, y de pasada, si se puede, quedarse con algunos cargos de representación política. Es decir, con una tajada del jugoso botín electoral.

En este último rubro es donde se ubica el naciente frente amplio. En su composición confluyen tres institutos políticos que acusan un severo desgaste en las preferencias de la ciudadanía. El PRD se ha especializado en ser el esquirol político del partido en el gobierno. Abandonado, desde hace tiempo, por sus principales figuras (Cárdenas y AMLO) enfrenta ahora la sangría de un numeroso caudal de militantes y simpatizantes, que dejan sus filas para incorporarse a Morena. Su presunción de partido de izquierda, que alguna vez tuvo, quedó dinamitada por la declaración de Barrales que sentenció que “el tema de derecha e izquierda está rebasado”. Exabrupto que causó escozor entre sus bases populares.

Por su parte, Ricardo Anaya, el mandamás panista, no se encuentra en sus mejores momentos. Además de los numerosos señalamientos por el enriquecimiento inexplicable de su entorno familiar, que han salido a la luz pública recientemente, el dirigente sostiene una dura confrontación con un nutrido grupo que conforma el ala calderonista y que impulsa la candidatura de Margarita Zavala. Mientras Ricardo se desgañita profiriendo que la finalidad del frente es derrotar al PRI, sus senadores no mostraron ningún empacho en aliarse con el mismísimo PRI para que Ernesto Cordero fuera ungido como presidente del Senado.

Por su parte, Dante Delgado, propietario de la franquicia autodenominada Movimiento Ciudadano, sale a declarar que se trata de un “frente patriótico” para dar “una salida a la grave crisis de inseguridad y de pobreza que vive el país”. Jura y perjura que NO se trata de un “frente electoral”, al tiempo que Ricardo Anaya festeja el resultado alcanzado en la reciente encuesta de Mitofsky. Alguien debería decirle a Dante de las ambiciones de Anaya por la Presidencia y de Barrales por la jefatura de la Ciudad de México.

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JJ/I