INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

La delgada línea

Lo ha repetido en cuanta oportunidad ha tenido: que los damnificados por el sismo en Oaxaca y Chiapas no se dejen sorprender por oportunistas políticos.

Sin embargo, que en medio de la tragedia de miles de personas el presidente Enrique Peña Nieto, su gabinete y hasta su esposa desfilen entre los escombros de las fincas destruidas da la impresión de que hacen justamente aquello contra lo que advierten: rapiña electoral. Aunque digan que no, ellos representan a un partido, a una clase política bastante castigada, por cierto.

Llamó la atención que el primer discurso de Peña Nieto ante los damnificados de Oaxaca y que, palabras más, palabras menos ha estado reiterando, fue en el sentido de que no permitieran que nadie lucrara con su dolor y pretendiera darles ayuda buscando una ganancia política.

Se ha visto a Peña Nieto abrazar y acariciar el rostro de ancianas llorosas porque lo perdieron todo; a su esposa, Angélica Rivera e hijas recolectando víveres, muy sonrientes ellas; a cuatro secretarios de Estado que se perfilan como presidenciables levantando censos de los daños. Todos parecen concentrados en escuchar las necesidades de las comunidades arrasadas.

Pero en tiempo electoral, la línea entre la obligación de los gobiernos de todos los niveles, empezando por el federal, y el oportunismo político es tan, tan delgada que cuesta ubicarla.

El discurso del presidente a todas luces es doble: por un lado llamar a la unidad y por otro lado casi, casi dice que nadie se meta.

Se apuró en centralizar la ayuda, al parecer con la buena intención de evitar lucro y ordenó que fueran las Fuerzas Armadas las que entreguen los apoyos y colaboren en el retiro de escombros y la posterior reconstrucción, pero volvemos a lo mismo, no hacen falta logotipos de partido para pensar que habrá tajada política.

Por si fuera poco, Peña Nieto pidió a los medios de comunicación que en lugar de hacer crítica sean parte de la solución. ¿Por qué los señalamientos de los periodistas? Porque, si bien el gobierno está actuando, ya pasó una semana y hay comunidades enteras a las que la ayuda no ha llegado y menos los políticos.

Como en campaña, el presidente quiere que se narre sólo lo bueno, que se consigne el número de despensas entregadas, que se le vea a él y a su esposa caminando entre la gente o a ésta anunciando el donativo de 100 viviendas por parte de una constructora (con nexos oscuros con obra pública, cabe señalar).

Peña Nieto se esfuerza por acallar el descontento y la desesperación de los habitantes de comunidades devastadas más allá de la región del istmo, que duermen y cocinan en la calle, en lo que pueden y como pueden. Les pide paciencia, como si el agobio por haberlo perdido todo, incluso familiares, lo permitiera.

Quizá tiene claro que el sismo, sin duda, removerá cosas, empezando por la desconfianza en las instituciones ante años de olvido y marginación de regiones mayormente habitadas por comunidades indígenas. Zonas que quizá los políticos ni siquiera conocen y no las conocerán con todo y terremoto.

Removerá todo aquello que no se hizo bien, las insensibilidades políticas, la pobreza y vulnerabilidad extremas, la mezquindad, la especulación.

Pero lo más interesante es que de esta tragedia pueden brotar líderes y movimientos ciudadanos que representen contrapesos a los ya bastante desacreditados partidos y políticos actuales, por mucho que anuncien que donarán dos días o hasta una quincena de su salario.

El terremoto puso al presidente y a su equipo ante un panorama en el que lo que hagan o dejen de hacer inevitablemente tendrá un impacto político, pero se ven dispuestos a que la factura que les pase no sea mala.

[email protected]

JJ/I