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Proliferan las tiendas de artículos religiosos en Cuba

(Foto: AP)

LA HABANA. Muñecas vestidas como la Virgen de la Caridad, polvo de cáscara de huevo y agua bendita, ropa blanca para iniciados en la santería, hierbas y cacerolas de distintas formas adornan las vitrinas de las tiendas de artículos religiosos en Cuba.

Surgidos como hongos tras la lluvia luego de las reformas impulsadas por el gobierno de Raúl Castro, estos comercios están entre los negocios más florecientes de la isla. Y, como en otros ámbitos de la vida diaria, reflejan su disparidad: hay desde aquéllos instalados en humildes viviendas hasta otros en céntricas avenidas repletos de onerosos productos importados.

“He tratado de abarcar toda una gama de necesidades”, explicó a The Associated Press, Juliana Natividad Hernández, de 52 años, quien en 2012 convirtió el recibidor de su hogar en una tienda llena de los objetos que se requieren en las ceremonias de santería. “Se ha mercantilizado mucho la religión. Algo tan sano, tan bonito”, se lamentó.

Es común pasar por la puerta de una casa y escuchar un “toque de tambor”, una ceremonia para los Orishas o santos, ver altares con ofrendas, manojos de plátanos atados con cordeles rojos en los árboles más altos de los parques y miles de cubanos vestidos con ropas blancas y la cabeza cubierta o portando pulseras y collares de cuentas de colores.

Durante las primeras décadas de la revolución la religión en Cuba fue, aunque no prohibida explícitamente, subestimada. Los militantes del poderoso Partido Comunista, por ejemplo, no podían manifestar sus creencias y las prácticas eran mal vistas en los centros de trabajo.

El catolicismo era predominante entre las familias ricas que emigraron de Cuba mientras el proceso revolucionario de Fidel Castro se radicalizaba. La santería, en cambio, era común entre la población negra y mulata, pero para todos la devoción religiosa era un estigma.

A partir de la apertura religiosa de los años 90 la práctica de los cultos afrodescendientes, un sincretismo entre el catolicismo y las tradiciones traídas por los esclavos africanos, se extendió de manera significativa a todos los grupos raciales.

“Hay muchas tiendas de artículos religiosos porque aumentó demasiado la consagración religiosa. Cuando yo me hice santo hace 33 años los santeros eran pocos, ahora son demasiados”, dijo a AP María Cuesta, esposa de uno de los líderes espirituales más conocidos de la isla.

Para ella el incremento notable de estos comercios fue beneficioso “porque a veces uno tenía una actividad religiosa y no había dónde comprar las cosas”.

En 2010 con la apertura económica, la posibilidad de tener un negocio de artículos religioso se expandió. De hecho, las licencias para estas tiendas y sus actividades afines, como las necesarias para fabricar las piezas que se comercializan allí, se encuentran entre las que no fueron restringidas tras las medidas de control iniciadas en agosto pasado por el gobierno.

Según expertos 70 por ciento de la población cubana realiza algún tipo de práctica religiosa afrocubana, sea la santería propiamente dicha, Regla de Ocha-Ifá, o alguna de sus hermanas menos conocidas como la Regla de Palo Monte, la de Arará o los Abakuas. Un 10 por ciento es católico.

A diferencia del catolicismo y otras religiones que ofrecen la salvación en el más allá, la santería se proyecta como una forma de influir en el presente de cada persona solucionando sus problemas con la ayuda de los Orishas, seres humanos deificados con todos sus defectos.

A los Orishas se los convoca para solucionar un problema de salud, lograr un embarazo, obtener mejoras en el trabajo, más ingresos o conseguir un novio.

Apilados a los lados de la puerta de entrada de la tienda y casa de Hernández, en el populoso Barrio de los Sitios, hay collares y pulseras de plástico, soperas de barro crudo, tallas de madera y vírgenes de yeso esmaltado.

Hernández atiende a sus vecinos a través de la reja de su ventana y cobra unos 40 pesos cubanos (1,50 dólar) por una sopera, como llaman al recipiente para colocar objetos consagrados, y unos pocos centavos por las velas o la cascarilla de huevo que mezclada con agua bendita se usa para realizar limpiezas espirituales.

En contraste con su humilde comercio, en el aledaño sector de La Habana Vieja, con gran afluencia de turistas, hay tiendas de lujo con aire acondicionado, collares de cuentas de Swarovski traídos de Venezuela o Estados Unidos, camisas y vestidos blancos de la India y velas decoradas de colores.

Ninguno de sus dueños quiso ofrecer una entrevista pero una dependiente de un local llamado “Obatalá” indicó que una sopera de cerámica esmaltada con aplicaciones de piedras traída de México se vendía por el equivalente a 200 dólares, una fortuna para un país donde el salario mensual oscila entre los 20 y 60 dólares.

Sin embargo, la moda por iniciarse en alguna religión afrodescendiente parece no detenerse ni siquiera por los altos precios de los insumos necesarios para los rituales.

Una ceremonia de santo, que suele durar siete días y conlleva el uso de soperas, collares, ropa blanca especial y sacrificio de animales como chivos o aves puede costar entre mil y 2 mil dólares.

“Hay un volumen extremadamente grande de personas que vienen a la religión”, comentó a AP el babalao (sacerdote) Lázaro Cuesta, a quien no le agrada la proliferación de tiendas religiosas que no cumplen con los preceptos y en muchos casos ofrecen productos sin el debido trabajo espiritual que conllevan.

“Hoy a la religión la visitan personas con un poder adquisitivo superior. Quizás no tanto como religiosos, sino como ostentadores”, dijo Cuesta. “Estos son en realidad más comercios de artesanías que de otra cosa”, se quejó.

JJ/I