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Vulnerabilidad, resiliencia y cambio social

Después de los trágicos acontecimientos ocurridos en la Ciudad de México, Puebla y Morelos el pasado 19 de septiembre (justo después de que festivamente habíamos participado en un simulacro en conmemoración del terremoto de la misma fecha, pero de 1985) es muy difícil no estar pendiente del desarrollo de los trabajos de rescate y centrar nuestros esfuerzos en participar de diferentes maneras para aliviar un poco lo sufrido por nuestros hermanos de esas entidades. Lamentablemente, el número de víctimas va en aumento y se agregan a las pérdidas humanas suscitadas también por el terremoto del 7 de septiembre en Oaxaca, Chiapas y Tabasco.

También resulta difícil escribir de lo que cotidianamente se ha venido haciendo en las últimas semanas, porque la mente está puesta en el desarrollo de las labores de rescate que miles de voluntarios, militares, bomberos y otros trabajadores de dependencias de la administración pública. ¿Qué se puede escribir en estos momentos para no caer en lugares comunes o frases que en nada ayudan para mitigar el dolor de las víctimas y sus familias?

No obstante, cabe reflexionar acerca de dos conceptos que afloran ante la tragedia. Por un lado está el término vulnerabilidad, que representa un riesgo o amenaza a que una población está sujeta en determinado tiempo, espacio geográfico o condición ambiental, que dependerá de la intensidad de dicha amenaza. Desde los albores de la civilización, las poblaciones de seres vivos han estado expuestos a esta fragilidad. En la actualidad se dice que se producen al año unos 30 desastres que provocan un promedio de 56 mil muertes. De ahí la importancia de pensar seriamente en destinar una buena porción de los presupuestos estatales para la prevención y alivio.

Por otro lado, las comunidades humanas que han sufrido catástrofes que vulneran su seguridad y bienestar han tenido la capacidad de sacudirse el polvo, levantarse con denodada esperanza y continuar caminando con un espíritu incesante. La resiliencia es la capacidad de una sociedad para responder y recuperarse de los desastres, lograr absorber los impactos y hacer frente a un siniestro y que posibilita la capacidad para reorganizarse, aprender y cambiar ante otra amenaza. Los esfuerzos, trabajos y expresiones de cooperación emergen de manera natural de sus habitantes y concitan la solidaridad de otras comunidades.

Pero también las catástrofes son poderosos agentes de cambios social y cultural. La emergencia de la sociedad organizada al margen del gobierno en el otrora Distrito Federal en el terremoto de 1985 dio un giro tan importante que ahora se considera como el despertar de los mexicanos para que diera inicio la transición a la democracia en nuestro país. Cada vez que se experimenta un desastre es ocasión propicia para que algunos sectores organizados de la sociedad trasgredan algunas reglas y demanden con mayor fuerza cambios sociales y políticos impostergables.

Así, la iniciativa que de los partidos políticos donen 50 por ciento del presupuesto destinado por el Instituto Nacional Electoral (INE) para su financiamiento, que asciende a la cantidad de 6 mil 778 millones en 2018 se ha vuelto una exigencia de gran parte de los mexicanos. Es ocasión propicia para que esos institutos electorales, que en la actualidad concitan una confianza institucional muy baja entre la ciudadanía, mejoren su imagen.

Los argumentos esgrimidos por líderes partidistas y consejeros electorales en el sentido de que se incurriría en una falta, dado que no pueden destinarlo para otra cosa que no sea campañas electorales no se sostiene, pues es muy común que en nuestro país se privilegian los acuerdos políticos por sobre las disposiciones legales. Entonces, sí es posible.

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JJ/I