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Desde el atril

(Foto: Misael Martínez Anaya)

Hoy algo me hizo ir a la casa de mis padres. Regresaba por unos documentos que necesitaría para poder cerrar un trato con un cliente que quiere una nueva campaña de publicidad.

Cuando estaba a segundos de salir de la casa empecé a sentir un fuerte movimiento, acompañado de la voz de mi madre diciéndome que estaba temblando. La tele estaba prendida y se escuchaba la voz quebrada de Mario Campos, de Televisa.

Tomé mi bag pack pensando en que se acabaría pronto, pero el segundo impacto fue el que me hizo reaccionar para hablar por WhatsApp con mis seres queridos…

Durante el sismo vi y escuché caer cosas como el reloj familiar, los retratos de la sala y algunos artículos de la cocina.

Cuando finalizaba el movimiento telúrico empezaron a llover los mensajes de Whats preguntando sobre el estado de salud de los integrantes de las familias y los amigos empezaron con los mensajes para saber sobre el estado físico de todos los integrantes de los chats que en otros momentos son de cotorreo y vacile.

Ahora era diferente. Todos esos chats de bromas se convertían poco a poco en bóvedas informativas y cuando alguien se atrevía a bromear con respecto a algún tema, inmediatamente era repudiado por el resto de los integrantes. Todo aquello era algo increíble porque nunca llegué a pensar que cada celular se convertiría en un centro de información. Claro, ya hemos visto que algunas veces los celulares se convierten en juzgadores de los lords, las ladies y aquellos políticos que, como es costumbre en nuestro país, se pasan de listos robando o haciendo de las suyas... Pero en esta ocasión todo era diferente.

Las nuevas tecnologías que muchas veces era motivo de divorcios, truenes sentimentales y quizá problemas laborales ahora se convertían en grandes fuentes informativas.

Durante la noche seguí la transmisión de los diferentes grupos televisivos y radiofónicos. Pero algo sucedía. Siempre eran rebasados por la “vida alterna” que existe en la nube, llamado Twitter y demás redes sociales.

Al otro día mi familia decidió ir a la central de abastos y comprar todo tipo de alimentos para salir a la calle y regalarlos a quienes se encuentran como rescatistas, aquellos que sin importar trabajo, familia y hambre se están arriesgando por salvar a gente que se encuentra entre los escombros y esa gente, cabe destacar, es desconocida.

¿Y por qué menciono esto? Porque todos nos hemos dado cuenta de que en la calle ya no hay modales, ya no hay educación vial a pesar de todos los intentos fallidos de las autoridades que se encuentran empeñadas en que nos convirtamos en sociedad de primer mundo con ciclovías y vialidades que en lugar de hacer un bien sólo provocan más contaminación en una ciudad donde hay sobrepoblación…

Pero algo se movió y no es un eslogan de un presidente. No. Algo se movió dentro de los corazones de las personas, ¿y por qué lo digo?, pues es muy simple: hoy, mientras recorría las diferentes zonas de la ciudad, una ciudad con edificios devastados, con vidrios rotos y fachadas destruidas, me di cuenta de que las personas habían cambiado, porque todos te sonríen en las calles, todos te preguntan si ya comiste, todos te convidan de sus botellas de agua. Me topé con personas de todas las edades acarreando alimentos y agua para regalar, sin importar su apariencia o estatus social.

Me encontré con gente que salía con carteles a las diferentes vialidades (Eje 7 Zapata, calzada de Tlalpan, calle Sevilla, Ángel Urraza, Eje 8, Cuauhtémoc, Río Churubusco…) para ofrecer alimento, Internet wifi, compartir sus datos para llamadas telefónicas, jóvenes médicos ofreciendo sus servicios psicológicos y hasta personas que ofrecían un simple abrazo a aquellos rescatistas que se veían fatigados por las largas jornadas de trabajo.

Coincidí con reporteros de otros medios de comunicación y con mi familia en algo: en algunos lugares de acopio de la colonia del Valle, Roma, Portales y Condesa decían que ya no podían resguardar más comida porque se les echaría a perder, dicho coloquialmente de esta forma, porque estaban repletos de alimento. Hasta te pedían como favor que los llevaras a otro sito. Le ofrecías a la gente que estaba en la calle una bolsa con fruta y te decían de una forma muy honrada: “No, muchas gracias, ya comí”.

A pesar de haber tenido una jornada muy desgastante física y psicológicamente, cierro la computadora teniendo un buen sabor de boca al ver que los ciudadanos que muchas veces he criticado por su falta de cortesía al manejar en el tránsito capitalino hoy se convertían en héroes anónimos, en seres que emanaban buena vibra, en seres que se apiadaban de aquél que tenía una cara descompuesta por el hambre o por la sed de caminar cuadras y avenidas enteras para llegar a sitios donde agarraban aire de nuevo para poder tomar una pala y acarrear escombro.

Hoy, algo se movió y se movió para recordarle a la gente que somos buenas personas, somos hermanos, somos mexicanos.

 

Texto escrito el martes 19 de septiembre de 2017