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No hace falta el crédito

En estos días, como ocurrió hace 32 años, y como sucede cuando hay tragedias que nos tocan, hemos visto salir a la sociedad civil, a los de a pie, a formar largas cadenas para remover escombros o llevar agua, donar, lo poco o lo mucho, para paliar el dolor de quienes perdieron tanto, organizarse a través de redes sociales o de cualquier medio, para encontrar víctimas y ayudar a rescatarlas. Quizá eso es algo de lo que más me enorgullece de ser mexicano: tenemos un instinto de solidaridad muy marcado, sabemos reconocernos en el dolor del de enfrente.

Sin embargo, también tenemos aquellos que buscan lucrar con estos golpes del destino. En Veracruz, vimos cómo las despensas que habían sido donadas se distribuían con propaganda política del gobernador Yunes; en Morelos, están las acusaciones recogidas por diferentes diarios, de que el DIF estatal retiene las ayudas provenientes de otros estados, para ser redistribuidas posteriormente con los logotipos oficiales del gobierno. Aquí mismo, un legislador local pretendió tomar lo recabado en el recinto legislativo, habilitado como centro de acopio, para hacer las entregas personalmente (es decir, a su nombre o el de su partido). Pareciera que no entienden que su protagonismo está fuera de lugar, que no importa quién aparezca en la foto, nuestra humanidad se demuestra haciendo lo correcto, sin repartir calcomanías con nuestro nombre.

El jueves fuimos testigos de lo increíble: en este afán del protagonismo, en algún momento a alguien se le ocurrió inventarse una víctima, y qué mejor que fuera la Marina Armada, frente a las cámaras privilegiadas de Televisa, la que hiciera el rescate. Durante horas presenciamos imágenes (que, por supuesto, incluían los logotipos de la televisora, no fuera a ser que alguien les robara crédito) de un rescate que no llegó a ser. La pantomima incluyó llamados al silencio, y meter agua a través de un tubo para la supuesta víctima que nunca apareció, y a la que se le dotó de un nombre que no se correspondía con los registros del colegio siniestrado. Al final, como no podían meter a una niña para luego rescatarla, la realidad terminó mostrando el engaño.

¿Qué fin podrían perseguir los que montaron este teatro? ¿Mostrar la heroicidad de un cuerpo militar? ¿Será acaso que quienes ostentan el poder piensan que la imagen tanto del Ejército como de la Marina Armada están tan deterioradas que es urgente lavarles la cara de esta manera? Y mientras la atención se concentraba indebidamente en un solo punto, había otras zonas en donde la urgencia de acción era más que evidente; como en el edificio Enrique Rébsamen, en donde una mujer solicitaba que la ayudaran a sacar a su madre, pero que nadie lo hacía por “un duelo de egos”.

Ralph Waldo Emerson escribió: “No hay límites para lo que puede ser alcanzado si no importa quién se lleva el crédito”. Las grandes catedrales europeas de la Edad Media fueron construidas por arquitectos anónimos, los masones, quienes no dejaban constancia de la identidad de los artífices, porque finalmente se trataba de hacer una obra al servicio divino. Me parece una lección valiosa: lo que en realidad importa no es el nombre, o la marca o el partido político, sino aliviar el dolor ajeno en momentos como éste. Termino con un agradecimiento a todos los que han apoyado (incluidos los perros), los que han movido escombros o cargado camillas, los que vinieron del otro lado del planeta o son vecinos de al lado, los que empaquetan víveres, los que organizan, los que consuelan, los que donan, los que se donan. Gracias a tantos héroes anónimos.

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FV/I