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19 de septiembre, otra vez

Sucedió otra vez. Un 19 de septiembre. Cuando la herida parecía cerrada, un golpe violento sacudió al país, nos lastimó de nuevo y nos recordó, brutalmente, lo frágiles que somos frente a la fuerza de la naturaleza. No podemos ni debemos confiarnos. Vivimos en una zona de alta sismicidad. Un terremoto puede ocurrir en cualquier momento. Bajar la guardia puede llevar a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestros compañeros de trabajo, a ser víctimas de una tragedia.

En México enfrentamos dos certezas inevitables: una, vivimos en un país sísmico y, dos, volverá a temblar. Los movimientos telúricos no afectan ni afectarán a toda la República. Hay regiones donde no saben ni sabrán nunca qué es un temblor. Pero en la costa del Pacífico mexicano –Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Chiapas– y en la zona centro –Puebla, Morelos, Estado de México, CDMX– los temblores suceden con frecuencia, en una menor o mayor magnitud y, ante la imposibilidad de predecirlos, lo único que podemos hacer para protegernos es estar preparados y no paralizarnos.

Dramática coincidencia

De entre los sismos ocurridos en México, dos permanecerán en la memoria de los mexicanos por la devastación que causaron y la estremecedora coincidencia de que ocurrieran el mismo día, 19 de septiembre, pero con 32 años de diferencia. Horas antes del terremoto de la semana pasada, las banderas habían sido izadas a media asta en memoria de las víctimas de 1985 y se había realizado un amplio simulacro en la capital del país en el que participaron ordenadamente miles de mexicanos.

A las 13:14 horas, un fuerte, largo y desconcertante movimiento sacó a cientos de miles de personas de sus oficinas y casas y México volvió a observar el doble rostro de la tragedia: el pánico, la pérdida de vidas y la destrucción por un lado y la solidaridad, la generosidad y la esperanza por el otro. Apareció también, desafortunadamente, el rostro grotesco de la corrupción que pudre al país.

Corrupción criminal

Si bien el sismo del 19 de septiembre de 2017 no dejó tantas víctimas ni tanta destrucción como el del 85, es inconcebible que se hayan caído o resultaran con daños severos, tantos edificios construidos después de aquel terremoto. Recordemos que los reglamentos de construcción se hicieron más estrictos y las sanciones más rigurosas, por lo que ningún edificio construido en las últimas tres décadas conforme a las nuevas disposiciones debió haber sufrido daños mayores.

Autorizar construcciones que no cumplen las normas y hacer la vista gorda ignorando que se violan las licencias de construcción o se utilizan materiales distintos a los aprobados para bajar el costo de una obra es un acto criminal que involucra actos de corrupción de autoridades y particulares. Pasada la emergencia es imprescindible que se actúe contra los responsables que tienen nombre y apellido. Sobre su conciencia –porque fueron indolentes–recaen las víctimas, los que murieron o quedaron heridos, los que lo perdieron todo en unos cuantos segundos.

El México verdadero

Hago mías las palabras que me envío por WhatsApp mi buen amigo Manuel Pérez Cárdenas, con quien coincidí en la CDMX el día de la tragedia: “Para quienes estábamos en la Ciudad de México al mediodía del pasado martes 19 de este septiembre, la experiencia del movimiento telúrico (temblor, terremoto o lo que haya sido) de ese día será inolvidable. Lo será por lo terrible que fue, por las muertes y cuantiosos daños materiales que causó y, también, por la hermosa respuesta de la ciudadanía para apoyar, desinteresadamente, a quienes resultaron en desgracia. Ése es el México verdadero; el que llevamos la inmensa mayoría en nuestros corazones; el que siempre debe prevalecer. El que concita simpatía y solidaridad internacional. Ése es el México que amo y al que me enorgullezco de pertenecer”.

 

Verba volant, scripta manent

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@GOrtegaRuiz

JJ/I