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¿Cómo no llorar? ¿Cómo no fortalecernos?

Me conmueven muchas imágenes del sismo de la semana pasada:

Escenas 1, 2, 3, 4…: Luego de los primeros minutos de la tragedia, miles de rescatistas salieron a las calles. Organizaron hileras para sacar piedra tras piedra en botes y cubetas; usaron sus manos, picos, palas, carretillas; buscaron material médico, llevaron botellas con agua, cables, sierras, lo que se necesitara; trabajaron más allá del cansancio; arriesgaron la vida entre restos de edificios. La lluvia no los detuvo. La población civil tomó la ciudad. Se hizo cargo de la tragedia. Buscó al otro, a la otra, al desconocido, a la desconocida, al familiar, al amigo. El tú eres yo, y el yo soy tú, emergieron. La solidaridad sin límites tiene rostros.

Escenas 1, 2, 3, 4…: La música nos identifica. Dos íconos musicales se cantaron masivamente, en plena labor de rescate: Cielito lindo, la que enchina la piel si estás fuera del país, la del “canta y no llores”, y entonaron de pie, con respeto, el himno nacional, el de “un soldado en cada hijo te dio”, cuando hallaban un cuerpo sin vida, cuando el desánimo parecía llegar. ¿Cómo no llorar ante eso? ¿Cómo no fortalecer nuestra identidad?

Escenas 1, 2, 3, 4…: Los jóvenes ahí estuvieron. Miles. Miles. En la Ciudad de México, en Morelos, en Puebla, en todos lados. Los que no permanecían en las zonas derruidas porque no había tiempo que perder, los que apoyaban en centros de acopio, los que transportaban víveres, los que donaron sangre, los que salvaron vidas. Los que mostraron su pujanza. Los voluntarios. Los que rompieron estereotipos humillantes. Los que apoyaron a bomberos, paramédicos, policías y militares. Los adolescentes que formaron murallas humanas para detener maquinaria. Los expertos en redes sociales, que se organizaron, informaron, buscaron apoyos. A través de ellos, el país no se rinde. No se rendirá. Nunca.

Escenas 1, 2, 3, 4…: El joven militar llora. De pie, inclina la cabeza y con un guante se cubre los ojos, apesadumbrado. Había hecho todo lo posible por salvar de entre los escombros a una mujer y a su bebé. Una losa le cayó en la cara, pero continuó el rescate. Cuando vio el brazo de la niña, gritó “con un dolor palpable e insoportable”, desgarró su garganta y sus lágrimas brotaron como si fuera suya la sangre de quienes halló sin vida, escribe agradecido el esposo y padre de las víctimas. Gracias a Dios por alistarte en el Ejército Mexicano y gracias a tus tropas y oficiales por ponerte ahí, en ese preciso instante, “para darlo todo por mis mujeres”. Le dice: “gracias por hacerme soñar con un posible milagro”.

Escenas 1, 2, 3, 4…: Las mujeres participaron masivamente. Cargaron piedras, se metieron entre las ruinas para salvar gente, atender heridos. Mexicanas y de otros países, jóvenes y ancianas, amas de casa y estudiantes, empleadas y doctoras. Ahí estuvieron. Con el corazón, prestando sus hombros, con cubrebocas y casco, pala en mano o llevando alimentos a albergues, cargando amorosamente niños rescatados, dando ánimos con un megáfono, de pelo largo o corto o cano o rubio. Al mismo paso y ritmo que los varones. O, mejor, los varones al mismo paso y ritmo que ellas. Invisibilizadas históricamente, ahora intensamente visibles.

Escenas 1, 2, 3, 4…: Los rescatistas. Desplomados de cansancio en una banqueta, un vagón del Metro, bajo un árbol. Los guerreros, los que saben que hoy puede ser el último día, pero que no importa: morir por otros es vivir. Los sin nombre. Mexicanos o migrantes, viejos o jóvenes. Los héroes. Las heroínas. Entre los rescatistas, los perros, las fridas, los revalorados, los animales amigos, los infaltables.

Lo que sigue es continuar removiendo el escombro llamado políticos corruptos, violadores de derechos humanos, cómplices de injusticias y desigualdades sociales. Los grandes sismos dañinos tienen repercusiones: también remueven estructuras políticas.

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JJ/I