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Cómo nos transformó el terremoto

Los aztecas tenían entre sus creencias el mito de los cinco soles. Según esta visión, el mundo se renueva una y otra vez en eras llamadas soles y cada una termina con un cataclismo que destruye todo para volver a empezar. Los primeros cuatro soles terminaron con obscuridad, huracanes, lluvias de fuego e inundaciones. La era actual, el Quinto Sol, terminaría con un gran terremoto… lo que convertía a estos fenómenos naturales en un símbolo de transición entre un ciclo y otro.

Los aztecas nos heredaron culturalmente una visión de los movimientos sísmicos fuertes como medios de transmutación social a través del sacrificio. Muchos ven el terremoto de 1985 como el gran catalizador que abrió los ojos de la sociedad civil mexicana sobre su capacidad de valerse por sí misma. Con este despertar se cerró el ciclo del México gobernado por un solo partido que controlaba todo y se abrió el ciclo del México abierto a ideas diferentes y en el que los ciudadanos tenían poder real de determinar su propio futuro.

Sólo el tiempo confirmará las consecuencias que tendrá el gran terremoto de nuestra generación… pero aprendiendo de lo que sucedió hace 32 años, podemos anticipar que se generará una transformación en tres ámbitos.

Primero, la transformación personal. Todos en las áreas afectadas por el sismo estamos teniendo en distintas magnitudes una crisis existencial. La pérdida de personas, sean cercanas o no; de nuestras casas o lugares de trabajo, de nuestras posesiones y de nuestra tranquilidad nos está recordando lo frágil que es la vida y lo efímero que es todo lo material, y nos están haciendo revalorar nuestras prioridades.

Una vez pasado el trauma después de semanas o meses, nos quedará una semilla de conciencia de lo importante que es vivir.

Segundo, la transformación generacional. Hay eventos que sacuden a toda una generación de jóvenes y los unen para canalizar todas sus energías hacia un propósito común. A mí me tocó ver de cerca cómo los jóvenes españoles en 2011, cuando la crisis les hizo alcanzar una tasa de desempleo de cerca de 50 por ciento, tomaron la Puerta del Sol en Madrid y su energía alcanzaba para construir un país nuevo de cero debajo de lonas sujetadas por cuerdas y palos de madera.

El terremoto del 19 de septiembre de 2017 me hizo ver lo mismo en la Ciudad de México. Los millennials, supuestamente apáticos y comodinos, levantaron decenas de centros de acopio y albergues usando lo que hubiera a la mano, construyeron plataformas digitales de información y coordinación, formaron innumerables brigadas de voluntarios especializados y organizaron rutas de transporte en motocicleta entre puntos críticos en la ciudad.

Si esta energía se logra mantener en el tiempo, no hay nada que los jóvenes mexicanos no puedan conseguir.

Tercero, la transformación institucional. No pasaron ni dos días del sismo y los mexicanos reunieron más de 3 millones de firmas a través de la plataforma Change.org para exigir al INE y a los partidos políticos que, en vez de gastar dinero en publicidad para las campañas de 2018, se usen esos fondos para financiar la reconstrucción de los daños causados por el terremoto.

Igual que en 1985, este terremoto puso de manifiesto la diferencia de realidades que viven las instituciones políticas y mediáticas actuales… y la sociedad mexicana en general.

La presencia gris de los políticos (o su ausencia) en los espacios críticos contrastaba con la vibrante actividad de los ciudadanos voluntarios. Las narrativas dramatizadas, y en algunos casos irresponsables, de los periodistas en los grandes canales de televisión contrastaban con la movilización informativa de los usuarios en redes sociales.

No cabe duda de que los mexicanos van a seguir cobrando esta falta de empatía en las instituciones y van a exigir nuevos liderazgos y nuevos roles de cara al ciclo que comienza tras este gran terremoto.

@ortegarance

JJ/I