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La independencia de Cataluña

La doctrina social de la Iglesia católica es un conjunto de normas y principios referentes a la realidad social, política y económica de la humanidad basados en el Evangelio y en el magisterio. Sobre la cuestión de la independencia de Cataluña, se pronunciaron en concreto los obispos españoles en 2002 y expresaron entonces que “no se encuentran razones actuales que justifiquen la renuncia a los bienes y derechos implícitos al hecho de la multisecular unidad cultural y política de España, en su pluralidad y diversidad”.

En la actualidad, cinco obispos de Cataluña alientan la independencia y mantienen una postura diferente con el resto del episcopado. La postura de los obispos catalanes la resume monseñor Xavier Novell, obispo de Solsona, expresando que “el derecho a decidir de los pueblos está por encima de la unidad de España”.

Ahora bien, la generalidad del episcopado español proclama que la unidad de España es “un bien superior” que hay que defender, porque de ello depende también la credibilidad social de la propia iglesia.

Los obispos catalanes citan la Evangelii gaudium, expresando que la fe entra en las personas a través de los pueblos y de su cultura. Para un obispo, encarnarse e inculturarse es hacerse uno con su gente, hasta identificarse con el alma del pueblo al que pastorean. En una carta, 400 sacerdotes catalanes solicitaron “a la Iglesia católica, por su implantación cultural y territorial, que dé a conocer a sus fieles la doctrina social de la iglesia sobre el derecho de autodeterminación”.

Algunos obispos catalanes consideran que el episcopado no debe “sacralizar la idea de España” ni estigmatizar a los nacionalismos. Creen que la iglesia catalana traicionaría sus raíces si no bendice lo que decida su pueblo.

Para los obispos es trascendente la unidad cultural y política de la nación española. La dignidad de la persona exige que los derechos inherentes a cada uno como ser humano y como hijo de Dios sean inviolables.

La decisión de independizarse sería válida si favorece o permite el bien común de los afectados, es decir, de toda España. La independencia rompe las condiciones que permiten el desarrollo común, y que se plasmaron en la Constitución de 1978. A la hora de votar, el bien común de la sociedad es uno de los innegociables para todo católico, en el pensamiento de Benedicto XVI.

Juan Pablo II explicaba que “es preciso superar decididamente las tendencias corporativas y los peligros del separatismo con una actitud honrada de amor al bien de la propia nación y con comportamientos de solidaridad renovada”. Insistía el papa que la solidaridad pasa a través de las comunidades en que el hombre vive, como la familia, la comunidad local y regional, la nación, el continente y la humanidad. Cataluña es considerada una de las regiones más avanzadas de España gracias a la solidaridad del resto de españoles.

El papa Francisco guarda un silencio respetuoso y prudente. El papa sólo se pronunció una vez, en una entrevista periodística a un diario español, en la que expresó: “La secesión de una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas”.

Uno de los argumentos de los independentistas es que el Estado español es el que homogeniza culturalmente, eliminando las diferencias históricas y culturales entre territorios. Algunos historiadores señalan que la experiencia de la historia dice que esto es al revés: los nacionalismos convertidos en totalitarismos son los que destruyen la reminiscencia cultural genérica de la nación para imponer una visión única, sectaria y artificial de la cultura “autóctona”. Para el filósofo Fernando Savater, la separación es una agresión a la ciudadanía española.

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JJ/I