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Cataluña

Existieron días en los que todo estaba junto: la política, la economía y la sociedad. Hoy todo se ha despolitizado, la economía, la sociedad, el ciudadano e incluso la política misma. En esta inercia decadente lo mismo le ha sucedido al Estado, el espiral de violencia en Cataluña es consecuencia de la crisis de gobernabilidad, un mal que padece más de un país en el esquema global.

Analizar el manojo de decisiones equivocadas en días recientes tanto por el gobierno español, encabezado por Mariano Rajoy, como por la comunidad Catalana, representada en la figura de Carles Puigdemont, sería centrarnos en los síntomas más no en la enfermedad. El escalar de la violencia y la radicalización de los discursos son la punta del iceberg.

Previo a ahondar en las causas, en la enfermedad, es necesario abandonar la visión de mercado. “El Desafío Independentista” como lo ha denominado el periódico español, es un asunto de política social y no de leyes de mercado o cosas semejantes. Una de las principales causas es la rigidez del Estado Español, en su ejercicio se ha limitado a gobernar dentro de los cánones de los poderosos, de lo tradicional, por medio de lo que se cree que está bien más no se consulta más allá de las paredes que le dan forma a los edificios gubernamentales.

El desencuentro entre Cataluña y el gobierno español es un mal común en múltiples países. Es el claro ejemplo del divorcio entre el desarrollo cultural y un plan de gobierno. Las cúpulas de poder se han acostumbrado a diseñar estrategias desde arriba sin consultar lo que sucede en el pueblo.  Y, como pueblo me refiero a cada lugar, cada poro de su territorio, el modo de habitar de vivir. El divorcio con Cataluña es un conflicto que lleva más de tres semanas, podríamos hablar de años, décadas.

El espiral de violencia demuestra que no existen canales de comunicación entre el gobierno y Cataluña, y esto se debe a que los mensajes se emiten en frecuencias distintas. Suponiendo que en Rajoy existe el deseo de comprender las demandas de los catalanes, lo hace con la visión equivocada. Para efectos de claridad, en términos futbolísticos, Rajoy quiere que el Barça juegue como el Madrid.

Lo que se debe de hacer, y no sólo en España, es totalizar al pueblo en cada lugar. Es decir, por un lado encontrar las coincidencias culturales, la homogeneidad crítica según la situación contextual de cada país y por el otro, respetar las diferencias, entenderlas y ver como las diferencias pueden trabajar en beneficio de una lógica nacional.

Quizá complejo, quizá utópico, considero que un Estado puede y debe de estar constituido por una suerte de “sociedades independientes”, semiautónoma, culturalmente definida y que a su vez entiende la interrelación con otras comunidades dentro del Estado para el bienestar propio y el de la nación. Para lograrlo, el primer paso es revindicar la política y  el ejercicio de la crítica responsable.

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JJ/I