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Señales de una galaxia lejana

Mientras el teatro de la humanidad sigue llevándonos de un drama a otro, la comunidad científica del mundo ha dado noticias muy relevantes en los últimos días que han pasado irremediablemente desapercibidas en la conversación general. Se detectó un fenómeno en la galaxia NGC 4993, a 130 millones de años luz, que promete detonar una nueva era en la astronomía.

Hablar del estado del arte en campos como la astronomía es complicado porque la mayoría de la gente no tenemos una formación científica suficientemente sólida para entender la magnitud de cada descubrimiento.

Uno de estos conceptos complicados de entender es el de las ondas gravitacionales. ¿Qué son? Movimientos en el tejido del espacio-tiempo generados por colisiones de objetos masivos como agujeros negros o estrellas de neutrones. Ok… pero ¿por qué nos deben importar? Porque hasta ahora para estudiar los orígenes y la composición del Universo sólo nos podíamos guiar por la luz que podemos observar desde un telescopio, y hoy podemos complementar esta información con ondas gravitacionales de objetos que no podemos ver.

El estudio de estas ondas puede ayudarnos a entender cómo se formó el Universo, encontrar la forma de armonizar la teoría general de la relatividad con las leyes de la mecánica cuántica y quizás detectar por primera vez la “materia oscura” que en teoría conforma 27 por ciento del Universo, pero que hasta hoy no se ha podido observar experimentalmente.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la observación hecha en la galaxia NGC 4993?

Aunque Albert Einstein predijo la existencia de las ondas gravitacionales teóricamente, apenas en 2016 se detectaron por primera vez en la Tierra gracias al trabajo colaborativo de muchas décadas de varios científicos, que incluso ganaron por ello el Premio Nobel de Física este año.

En agosto de 2017 ocurrió la detección en cuestión que fue revolucionaria tanto por el contenido detectado como por la forma en que se realizó la detección.

En el contenido porque por primera vez se pudo observar con cierto detalle qué pasa cuando dos estrellas de neutrones colapsan una con la otra y generan una kilonova, una explosión de gran magnitud que genera ondas gravitacionales.

La forma de realizar la detección también fue revolucionaria por la magnitud de la colaboración de la comunidad científica internacional. Para poder capturar las señales del fenómeno participaron tres detectores de ondas gravitacionales (dos en Estados Unidos y uno en Europa), más de cinco docenas de telescopios en todos los continentes, siete observatorios espaciales y cerca de 15 por ciento de los astrónomos del mundo. Este lunes se publicaron los descubrimientos en más de una docena de estudios firmados por casi 3 mil 500 autores.

Según un artículo del Washington Post publicado el lunes, la “astronomía multimensajera”, en la que para medir un mismo fenómeno se necesitan detectar señales generadas por distintos “mensajeros” (como el electromagnetismo y las ondas gravitacionales), y para ello se necesitan diferentes instrumentos operados por distintos especialistas, demuestra que se acabó la era del genio solitario y la ciencia avanza sólo con la colaboración de toda la comunidad científica.

En este punto hago mi última reflexión: la importancia de la colaboración para resolver los grandes retos de un país o del mundo entero. Entre más avanza nuestro conocimiento y nuestra tecnología los problemas a los que nos enfrentamos son más complejos y es imposible pretender abordarlos solos.

Tenemos que romper los silos y las barreras en nuestras instituciones científicas y académicas, hacer más ágiles los procesos para colaborar con instituciones internacionales, compartir más conocimiento entre departamentos y entre organizaciones.

El sistema educativo en México, como en otros países, debe estar enfocado en generar cada vez más personas con una base científica mínima y habilidades sólidas para aprender rápido, resolver problemas y colaborar en equipo.

@ortegarance

JJ/I