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El derecho humano a la objeción de conciencia

Es un despropósito argumentar que un partido político con muy escasos militantes haya impuesto su ideología “religiosa” como ley, “sin importarle que el Estado mexicano es laico”, en referencia al Partido Encuentro Social. Esto argumentan organizaciones y colectivos de la sociedad civil, por la aprobación con 313 votos a favor, 105 en contra y 26 abstenciones en el que se “permite” la objeción de conciencia.

La Cámara de Diputados aprobó la adición de un artículo 10 Bis, a la Ley General de Salud, en el que se permite la objeción de conciencia, y se establece con claridad que no se podrá apelar a la objeción de conciencia cuando se ponga en riesgo la vida de las personas o se trate de una urgencia, y de  hacerse se caerá en la causal de responsabilidades profesionales.

Comúnmente, la objeción de conciencia es entendida como la razón o argumento de carácter ético o religioso que una persona aduce para incumplir u oponerse a disposiciones oficiales como cumplir el servicio militar, practicar un aborto, etcétera.

Se puede decir que los conflictos ley-conciencia son tan antiguos como el hombre, pues éste no puede inhibirse de juzgar si obrando conforme a una cierta ley humana, se hace bien o mal. Este tipo de dilemas ha inspirado la literatura de todos los tiempos, y el cine ha llevado a la pantalla estos conflictos que ponen al hombre en situación límite con su conciencia y con  las leyes de los Estados.

La novela 1984, de George Orwell, a través de una historia muy humana, aborda temas como el lavado de cerebro, la psicología y la inventiva encaminados al control físico y mental de todos los individuos y la educación totalitaria de la juventud; Orwell nos relata la historia de Winston Smith y Julia, quienes tratan de escapar de un sistema donde la intimidad, la conciencia personal y el libre pensamiento están prohibidos.

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, cuyo título hace referencia a la temperatura en la escala de Fahrenheit (°F) a la que el papel de los libros se quema, es otra novela de ficción donde los personajes pasan su vida obedeciendo lo que les ordenan las cuatro pantallas de televisión en la habitación, pantallas del tamaño de cada pared; la labor más meritoria de esa sociedad es ser bombero, y ello consiste en iniciar grandes incendios que permiten eliminar el peligro de las bibliotecas, que no son otra cosa que semilleros de disidentes que atentan contra el consenso y el bienestar general.

Un mundo feliz, de Aldous Huxley, gira alrededor de dos problemas diametralmente opuestos. El primero es que para asegurar una felicidad continua y universal, la sociedad debe ser manipulada, la libertad de elección y expresión se debe reducir, y se ha de inhibir el ejercicio intelectual y la expresión emocional, para ser auténticamente felices. Pero, paradójicamente, el segundo problema es que la libertad de elección, la inhibición de la expresión emocional y la búsqueda de ideas intelectuales resultan en la ausencia de la felicidad.

 Muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, sugiriendo que estamos comenzando a vivir en lo que se ha conocido como sociedad orwelliana, una sociedad donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social.

Por último recordemos que la convención Americana sobre Derechos Humanos, establece en su artículo 12 que "los seres humanos tienen la libertad de conciencia, de religión o creencias, este derecho garantiza su libertad a elegir, profesar y/o divulgar sus creencias religiosas, individual o colectivamente”; en otras palabras los objetores de la objeción de conciencia no consideran este un derecho humano del mismo nivel que el derecho a la salud.

JJ/I