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Un mortal de visita en el Olimpo

Estaban recostados sobre el cemento. Con una sonrisa en su rostro, bromeando y comiendo un refrigerio. Eran los voluntarios del Maratón de Guadalajara que se realizó el pasado fin de semana.

Josué Torres López tenía las piernas acalambradas, los brazos sin brazadas, la boca seca y la mente en guerra. Al ver tan cómodamente a los voluntarios de inmediato pensó ¿Y si me tiro también?

Había pasado la mayoría del contingente de corredores, una masa multicolor que reptó intensamente los primeros kilómetros y se fue desquebrajando, como su cuerpo. Para un rezagado, el panorama dista de la fiesta inicial, con plásticos tirados, personal en modo descanso y pensamientos carroñeros volando en círculos sobre cuerpos moribundos.

Entonces llegaron los aplausos y algunas porras, su otra parte en conflicto respondió a su pregunta: “Si te tiras ya no te levantas y quizá no sólo este año, nunca más para otro maratón”.

Salió de la meta con una idea: ganar la medalla. Llevaba casi 6 horas corriendo, los africanos hacía más de 4 horas que pasaron de regreso enfilados a llevarse las bolsas en premios. El intenso sol del mediodía con el cambio de horario quema los ánimos. Sintió desmayarse, se hidrató y supo que era su mente en combate; para qué buscar una medalla, tiene dos trabajos y eso es mucho esfuerzo, podría estar en casa durmiendo, desayunando en familia o por qué no hasta en la playa.

Josué dejó fluir los pensamientos, y cuando se olvidó de contar kilómetros estaba a menos de tres de su meta. Cómo no habría de lograrlo, si esa medalla le esperaba y como obra del destino se presentó una última tentación: cortar camino. No era mucho, quizá unas cuadras que le salvarían de un par de kilómetros, pero si había llegado tan lejos de qué serviría su esfuerzo, cómo se sentiría al ver esa presea, cómo sería posible sonreír y hablar de sacrificio cuando cedió en los últimos metros.

Comencé y lo voy a terminar, como sea, caminando o arrastrándome, pero debo llegar, pensó. Entonces se enfiló y sintió la mágica sanación del sonido local a todo sus decibles: “bienvenido Josué a meta”. Los aplausos liberaron el dolor y  la medalla quedó en segundo término superado por el momento en su memoria.

Epílogo. Desayunó unos huevos con jamón, frijoles y picante que le quemó en recompensa, un desayuno que le recordó que en lunes regresaba al trabajo como cualquier mortal, con cuerpo adolorido que por un instante tocó el Olimpo de los campeones.

@PatyPenia

JJ/I