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¡Al diablo las instituciones!

Las instituciones son organizaciones fundamentales de nuestra sociedad. Ellas representan normas sociales asociadas a un conjunto de valores relacionados con ciertas necesidades básicas humanas. En la mayoría de las ocasiones las damos por sentadas y las honramos siguiendo sus pautas; pero en otras deben ser sancionadas por la madre de todas las instituciones, el Estado; es más, el mismo Estado se edifica a partir de un conjunto de instituciones (sociales, políticas, económicas, culturales).

También las instituciones representan un cúmulo de estructuras, prácticas y relaciones sociales determinadas para conformar grupos y sistema sociales distintivos. En este sentido, las instituciones son arreglos generales en torno a los cuáles gira nuestra vida social en común. La calidad institucional de cualquier sociedad calificará también la calidad de vida en común que se observa en esa colectividad.

En las últimas décadas se ha dado un deterioro cada vez mayor en la confianza de los mexicanos hacia las instituciones, principalmente las políticas y gubernamentales, esenciales para fortalecer la salud de la democracia. Esta desconfianza ha inhibido la participación colectiva de buena parte de la población, principalmente en las elecciones, o también ha exacerbado el protagonismo de grupos de activistas extremos.

De acuerdo con investigaciones demoscópicas (Parametría, Consulta Mitofsky), las instituciones con más baja confianza entre los encuestados son la Presidencia de la República, los jueces y magistrados, la Cámara de Diputados y Senadores y los partidos políticos; es decir, las instituciones políticas.

Pero no conforme con intensificar la percepción negativa de los ciudadanos hacia las instituciones, la misma clase política se ha encargado consistentemente en provocar esta desconfianza al mandar al diablo las instituciones, como algún sempiterno suspirante a la Presidencia de la República lo proclamó en alguna ocasión. Si nos atenemos a la concepción de institución, éstas no se crean por decreto sin la presencia de personas que las integren y las dirijan. La ausencia de responsabilidad política de quienes toman las decisiones para nombrar los titulares de diferentes instancias, principalmente a las judiciales, contribuye al deterioro institucional y a su percepción negativa.

La Procuraduría General de la República (PGR), la Fiscalía Anticorrupción (FA) y Fiscalía Especializada para la Atención de los Delitos Electorales (FEPADE) están acéfalas, a pesar de que ya se inició el proceso electoral y que las actividades de protagonistas políticos cada día serán más intensas; además de que los principales problemas de nuestro país son la corrupción y la impunidad que cada día minan nuestro sistema social y político.

En el mismo tenor, la figura de gobernador de las entidades federativas se ve deteriorada ante las evidencias de desvío de recursos, enriquecimiento inexplicable, inseguridad pública, entre otros. De acuerdo con una encuesta publicada en agosto pasado por el Gabinete de Comunicación Estratégica, el control que tienen los gobernadores en sus estados, la aprobación de su gestión, la confianza y la calificación general a su desempeño, 30 de 32 gobernadores fueron reprobados por los ciudadanos de los respectivos estados.

Tal parece que hay un acuerdo entre la clase política para seguir la consigna del político tabasqueño: acabar con las instituciones. Si las instituciones son normas, prácticas, valores responsables de promover, regular y garantizar las relaciones de armonía entre los ciudadanos, estamos en serios problemas porque la confianza institucional es necesaria para el desarrollo institucional, lo que a su vez genera baja confianza social y ocasiona inseguridad de los ciudadanos en sus relaciones con otras personas.

Además de requerir años para su consolidación, la construcción de instituciones es una tarea compleja y está estrechamente ligada con la confianza en ellas. El manoseo de las instituciones por parte de los políticos que reflejan sus intereses partidistas es un combustible insaciable y voraz que las consume.

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JJ/I