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Ingenuos
El abogado de Ovidio
En una de mis primeras columnas en El Diario NTR en abril de 2015, con el título Periodismo y comunicación: retorno al origen, especulé sobre el futuro del rol de los periodistas y los comunicadores debido a la gran transformación de los últimos 20 años en las formas de pensar y de hacer de la gente, alimentada en gran medida por las tecnologías digitales.
En la columna analizaba el fenómeno de la “fragmentación de la atención” debido a que Internet y los dispositivos móviles distribuían nuestros momentos para interactuar e informarnos a lo largo de todo el día y entre diferentes fuentes, particularmente en redes sociales; y ponía énfasis en cómo este fenómeno estaba impactando el modelo de negocio de los medios de comunicación, porque se hacía cada vez más difícil atraer y mantener la atención de las audiencias y el dinero de la publicidad estaba migrando a plataformas digitales que permiten dar un mejor seguimiento a quién pone atención a qué contenidos.
En concreto en el ámbito del contenido noticioso el fenómeno estaba siendo más dramático porque se volvía posible para cualquiera con un smartphone generar una opinión de un tema de actualidad o reportar un acontecimiento y ponerlo a disposición de muchas personas en pocos minutos; y la gente empezaba a recurrir a las redes sociales para informarse en lugar de esperarse al noticiero o al periódico. En el océano digital, los medios tradicionales de comunicación se convertían en un usuario más entre millones de cuentas que hablan con base en sus propios criterios y motivaciones.
Después de pintar este panorama sugerí que el camino de los periodistas y comunicadores profesionales debía ser “volver al origen”… a cuando el oficio del periodismo surgió hace más de un siglo para mediar la conversación entre el público y las élites, denunciar las injusticias, traducir las decisiones de los que tienen el poder.
Cuando escribí esa columna todavía faltaba un año para el Brexit y casi un año y medio para la elección de Donald Trump que confirmaron esta tendencia de fragmentación de la atención y encendieron nuevos focos rojos respecto al extremo al que esta tendencia nos está llevando: a sacrificar los hechos en favor de lo que nos resulta más satisfactorio escuchar o leer… y dejar que estos argumentos falsos pero excitantes nos movilicen a actuar de formas radicales, que es lo que muchos llaman la era posverdad.
Retomo con más urgencia que hace dos años la recomendación que hice: la gente sigue necesitando la voz de periodistas y comunicadores confiables, que sepan explicar las decisiones que se toman en el país, que hagan investigaciones rigurosas y que den coherencia a las demandas ciudadanas.
Necesitamos hacer reflexiones profundas, serias y orientadas a la acción respecto a cómo vamos a hacer funcionar la comunicación en la era posverdad alimentada por las plataformas digitales. La solución debe tocar múltiples dimensiones, desde educar en la infancia y adolescencia a ciudadanos con sentido crítico para discernir lo verdadero de lo falso; habilitar filtros de fiabilidad de los contenidos que circulan en el universo digital; renovar los contenidos noticiosos para poder decir más en menos tiempo sin sesgar la verdad; abrir espacios en distintos entornos para invitar a la gente a salir del ruido y pensar con más calma sobre temas relevantes; hacer más trabajo colaborativo entre periodistas en distintos lugares del mundo como el que se hizo para destapar los Panama Papers y los Paradise Papers.
Para poner nuestro granito de arena un grupo de organizaciones, entre las que están Mexico Media Lab (en donde trabajo), Steed y We Are Todos, está organizando el 8 de diciembre un evento llamado Futurologi: el Futuro de la Verdad y los Medios Masivos en la Ciudad de México, en donde contribuiremos a esta reflexión. Les compartiré los resultados de esa conversación más adelante…
@ortegarance
JJ/I