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El festín de la noche

En aquel tiempo narciso miraba, al salir de la recámara, los ojos de Leda. Ahora la incertidumbre: ¿existió realmente Narciso? ¿O es una de las figuraciones de Jonás en el instante de su caída hacia las profundidades, en el encuentro con la oscuridad?

La noche está aquí, en medio de las aguas, y se alimenta del tiempo transcurrido. Detiene, en una especie de limbo, la memoria y vuelve los hechos. Aquella vez Narciso lo tomó del hombro hasta llevarlo al Louvre.

Cerca de allí había un jardín en donde las transformaciones eran necesarias: cruzar un sendero solitario, hasta llegar al edificio y, poco después, entrar: transitan un largo pasillo para encontrar, acto seguido, una sala. Las sombras en torno de las mesas son seres aguardando la sorpresa prometida: Leda con sus rasgados ojos y los cabellos negros sobre sus hombros blancos. Leda con el cuerpo desnudo a la espera de Jonás. Leda sola y callada. Su silencio inicial fue un misterio que enervó a Jonás.

Pero no aparece Leda. Están únicamente las sombras. En las mesas se mueven. Lúbricas figuras, la noche las encapsula para detenerlas allí, como a la espera del tiempo. Brillan las pieles y luego las luces de la pista en la cual aparece una mujer, o mejor, lo que parece ser una mujer: su voz, ronca y baja por sobre el fingimiento, más parece la de un varón de bellas piernas: anuncia el festín de la noche.

Narciso sostiene la promesa. Retiene a Jonás bajo la espera. La noche se detiene por un largo periodo, en ese tiempo perpetuo ocurre la fiesta desmesurada, salaz en su totalidad; en un momento determinado, ya Jonás está disfrutando.

Abre las piernas la mujer ante azorados ojos. Levanta su falda para dejar visible la rajadura de su cuerpo: hace que el hombre a su lado, en el precipicio de un tiempo sin tiempo, de una forma clara vea las profundidades de su inquietud.

De súbito la sensación se vuelve colectiva: ya los convidados están inmersos en la experiencia de la ebria figura, la cual –por su rostro cubierto de nada– es todos. Los todos están en el hombre y se emocionan ante la impudicia: los seduce la ebriedad al punto de llegar a celebrar el ritual que no les pertenece.

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I