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El PRI del siglo 20

El regreso del PRI al poder en el país, tras 12 años de ayuno al ser derrotado por el PAN de Vicente Fox Quesada, primero, y el de Felipe Calderón Hinojosa, después, significó el regreso del presidencialismo –al interior del partido, particularmente– al más viejo estilo del siglo pasado, con todo y aquella sentencia fidelista de que “el que se mueve no sale en la foto”, aunque se crea lo contrario.

Y esto lo logró el primer priísta del país, Enrique Peña Nieto, quien dio muestras del control y fuerza que mantiene hacia el priísmo nacional, particularmente antes, durante y después de la pasada Asamblea Nacional en la que se ejecutaron, casi al pie de la letra y con éxito, todas las instrucciones que salieron de Los Pinos.

Ese control presidencial es lo que nos permite ver hoy que por primera vez en 90 años el Partido Revolucionario Institucional postulará a un candidato a la Presidencia de la República que no es militante y que para ello tuvieron que reformar a la carta sus estatutos.

Y no sólo eso, sino ahora observar y atestiguar la entrega de la base cetemista, cenecista y cenopista para un hombre que nunca ha tenido en sus manos una credencial que lo acredite como priísta es algo que estoy seguro que ni los más viejos ni los más jóvenes de la comarca se imaginaron que sucedería.

Sin duda, la joya de la corona de este déjà vu priísta será que hoy el presidente Peña Nieto no sólo decidió y destapó al candidato del PRI, sino a su seguro sucesor, en caso de que Meade Kuribreña obtuviera la victoria electoral el 1 de julio de 2018.

El juego que todos jugamos, la figura quezadiana (el cartonista Abel Quezada es su creador) del tapado, las Palabras mayores –del buen recordado Luis Spota–, la cargada, la bufalonada, todas aquellas figuras que el intermitente nuevo PRI quiso hacer creer a principios del milenio que ya estaban desterradas, hoy vuelven con toda fuerza a la vida de un priísmo en donde se entremezcla el tecnócrata y el político tradicional.

Atrás quedaron los amagues de rebelión de un grupo de militantes encabezados por la ex gobernadora yucateca Ivonne Ortega que terminó quedándose sola y acudiendo a Los Pinos horas antes del destape de José Antonio Meade para reunirse con quién sabe quién –aunque nos lo imaginemos–, para hablar de quién sabe qué –aunque nos lo imaginemos–.

Todo el poder del presidencialismo puesto a la orden del nuevo tlatoani priísta, como en los viejos tiempos. Falta confirmar que lo sea del país después de la jornada electoral de 2018.

Con sólo ciertos matices que modificaron la tradicional liturgia priísta se concretó el destape de quien ya todos –dentro y fuera del PRI– habían destapado en la imaginaria. Y es que si años atrás correspondía a un dirigente de sector –casi siempre del obrero llamado Fidel y apellidado Velázquez– notificar al país entero que las bases, los sectores y las organizaciones priístas habían acordado que equis fuera su candidato a la Presidencia de la República, u ocasionalmente al dirigente del partido, para luego acudir a la casa u oficina del ungido para anunciarle la buena nueva, hoy es el elegido quien antes de notificarle al PRI su aspiración por ser el candidato, quien fue llamado a las sedes de los sectores priístas a recibir su espaldarazo.

Hasta ese punto llegó el priísmo: manifestarle su apoyo a quien apenas horas antes había manifestado su deseo de ser candidato, pero sin cumplir aún el requisito de entregar su carta-intención. ¿Para qué perder el tiempo en nimiedades?, parece que se preguntaron los priístas.

Y todo esto sucedió apenas el día de su renuncia al gabinete. Espérense a ver lo que sucederá el día en que oficialmente se registrará como precandidato. ¡Que saquen las matracas!

ES TODO, nos leeremos ENTRE SEMANA.

JJ/I