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El cambio climático en su cara más cruel, ¿qué sigue?

La escena de los osos polares imponentes y robustos en medio de una tundra brillante está a punto de desaparecer del imaginario colectivo cuando se evoque al animal, y en cambio tomará su lugar la imagen de un famélico mamífero que apenas tiene energía para levantar su propio cuerpo, ya no entre los témpanos sino en un pastizal amarillento, en completa ausencia de hielo.

El motivo de este cambio de percepción será a causa de las fotografías científicas (porque los textos que también lo advierten no han conseguido el mismo impacto ni indignación) que lo han documentado desde hace varios años y, en particular, la que se viralizó esta semana, a cargo del fotógrafo Paul Nicklen de la fundación Sea Legacy, en el Ártico.

Su foto y video son desgarradores: un oso polar en los huesos, a rastras, hurgando en contenedores para tratar de conseguir algo de comer; está entre los desechos de un campamento de pescadores donde sólo hay minúsculas briznas de nieve. La imagen es cruel y muchos se indignan con quienes la comparten, les molesta que se les perturbe la comodidad que disfrutan, en vez de tratar de dimensionar lo que está pasando.

Y lo que está pasando no es otra cosa que el cambio climático. Esas imágenes que nos hacían desde hace años en donde nos mostraban cómo se estaban reduciendo los bloques de hielo en los polos y nos advertían que los osos perdían su hábitat y con él las posibilidades de alimentarse, ahora se han vuelto realidad, y son peores de lo que se decía. Muchos no lo creían y algunos siguen incrédulos, pero el futuro nos alcanzó.

José Sarukhán, fundador de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, Conabio, dice que la pérdida de biodiversidad es peor que el cambio climático por los efectos en cadena que genera en un ecosistema, el desequilibrio biológico es brutal. Y lo que vemos en la estampa que capturó en el Ártico Paul Nicklen incluye ambos factores: la biodiversidad muriendo de hambre a causa del cambio climático que detonó una sola especie animal, el ser humano.

También es importante aclarar que la miseria de los osos polares es apenas la punta del iceberg de lo que este fenómeno implica, son los más visibles porque la quema indiscriminada de combustibles fósiles ha generado ya aumentos de temperatura en la atmósfera suficiente para que los biomas polares se deshielen a una velocidad acelerada, dejando a los carnívoros con mínimas condiciones para cazar y sobrevivir.

Pero el efecto nos alcanza a todos. Este mismo deshielo está generando ahora mismo un discreto pero constante aumento en el nivel del mar que significa una amenaza grave para las islas como Japón, Cuba, Haití, pero también a ciudades costeras como Miami o Puerto Vallarta. La vida de los humanos ahí está de por medio, además hay otras consecuencias como el incremento en la violencia de los huracanes, prolongadas ausencias de lluvia y más, que los científicos ya han ido evidenciando.

Ante toda esta realidad, que sí es para alarmarse, lo urgente es pasar de la indignación a la acción. Lo más apremiante es disminuir la cantidad de gases efecto invernadero que cada ser humano generamos directa e indirectamente: racionalizar el uso del auto (cada viaje ahorrado cuenta), disminuir el consumo de carne (su producción tiene una altísima huella de carbono), reducir al máximo la producción de residuos (los vertederos son una chimenea de metano), usar energía limpia y reutilizar el agua, erradicar fugas es elemental. Finalmente, estar bien informado y dispuesto a actuar, (recomiendo el libro Cambio Climático de Sarukán, Molina y Carabias, del Fondo de Cultura Económica) porque cada ser humano tiene parte de la solución.

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FV/I