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Fuego, furia y tiranía

A raíz de la publicación del libro de Michael Wolff, Fire and fury, vale la pena recordar otro que fue publicado en 2017. Me refiero al texto del historiador Timothy Snyder, On tyranny (Sobre la tiranía). Ambas obras están pensadas en Donald Trump. Si bien Wolff menciona al inquilino de la Casa Blanca infinidad de veces, Snyder nunca lo menciona por su nombre (sólo como “el presidente”).

Wolff es un experimentado periodista que en sus escritos trata que el público entienda la atmósfera que rodea los ambientes que describe, como el medio periodístico o empresarial. Su estilo narrativo se basa más en conversaciones o comentarios y es criticado por inexactitudes de algunos datos o por inventar diálogos basados en rumores y habladurías.

En cambio, Snyder es un reconocido historiador, profesor universitario, especializado en el Holocausto y en historia de Europa central y oriental. Sus obras se basan en documentos y archivos históricos primarios, aunque sus principales fuentes de información son secundarias, apoyadas en su dominio de al menos 10 lenguas.

No obstante, ambos autores presentan una imagen controvertida de Trump. Snyder advierte a los estadounidenses del peligro que representa este personaje para la democracia de ese país. Tal vez el libro de Wolff motive en los lectores risas y burlas por las novatadas y pifias de Trump, pero Snyder, en un texto breve de 108 páginas, expone lecciones históricas del conmocionado siglo 20.

Snyder señala que los estadounidenses no son más listos que los europeos cuando vieron cómo el fascismo, el nazismo o el comunismo derrotaban su democracia, por lo que deben aprender de la experiencia del viejo continente. Confía en que el sistema político norteamericano pueda “mitigar las consecuencias de sus imperfecciones reales, no para celebrar una perfección imaginada”.

Las lecciones de Snyder son sencillas y fáciles de procesar para prevenir, a partir de la política cotidiana, una tiranía gubernamental. La idea principal del texto es establecer una distinción clara entre la verdad y la tiranía; y no renuncia a establecer la diferencia entre los que se quiere escuchar y lo que realmente ocurre. Aquí es donde los textos de ambos autores se complementan. Si recordamos, la asistencia calculada al discurso inaugural el 20 de enero del año pasado fue de unas 250 mil personas. Al día siguiente, Trump estaba convencido de que habían acudido muchas más. Dice Wolff: “El presidente había inventado a más de un millón de personas que no existieron” (p. 56).

De acuerdo con Snyder, las protestas de servidores públicos, los reveses de los tribunales y los estados a sus órdenes ejecutivas son ejemplos de la resistencia de quienes observan sus desproporciones. Los dictadores requieren de un servicio público obediente y sometido. Recomienda defender las instituciones pues ellas son incapaces de protegerse por sí mismas.

En el epílogo, el historiador asegura que, cuando a los ciudadanos los mueve la política de la inevitabilidad, consideran que la historia se dirige a un futuro inexorable. Por otro lado, la política de la eternidad es añorar un pasado que nunca existió (“Make America great again”), lo que impide pensar en un futuro diferente. La política de la inevitabilidad es como un coma y la política de la eternidad es como una hipnosis, y ambas son ahistóricas.

El verdadero peligro en la actualidad es pasar de una política a la otra: el camino de menor resistencia conduce directamente de la inevitabilidad a la eternidad; pasar de una especie de “república democrática ingenua y defectuosa a una clase de oligarquía fascista confusa y cínica”. Concluye: la historia no se repite; pero sí instruye.

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JJ/I