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Donde todas las miradas permanecen

Giró el disco y dejó brotar la voz de Antonio Badú.

Sentí de pronto un cosquilleo en el vientre; descendió hasta quedarse en mi parte más baja, baja y central: en el eje de todas mis virtudes, en el punto exacto en donde todas las miradas permanecen.

Escuchaba en el baño la graciosa canción y me reí. Pablo es contradictorio; sorprendente y un poco locuaz, miren que elegir a un cantante que yo nunca había escuchado sólo para llamar mi atención. Hace unas noches salimos a bailar, y era otro; me hizo reír por nada, pero en lo profundo de sus ojos encontré que me amaba, y eso me estremeció. Me atemorizó percibir sus intenciones.

La noche en el salón tocó mi piel, el mundo me dio vueltas y no fue por el baile: recordé cuando ofrecí una fiesta en mi casa, como despedida.

Cenamos y tomamos vino tinto. Platicamos y alguien sugirió que fumáramos marihuana. Entonces dije que conocía a alguien en el barrio que podría surtir la necesidad; salimos a las calles quien había traído la idea y yo.

Sentí en ese momento la mirada de Pablo; se alojó abajo de mi espalda; sentí un placer extraño. Y aprecié el regalo de ese placer hasta que descendimos las escaleras del edificio; duró hasta nuestro regreso.

Pero me alegré de la posibilidad de no verlo ya al día siguiente: mi vuelo a California saldría a las seis de la mañana.

Fue mi turno de demandar la atención.

En la primera fumada sentí un vértigo: me llevó hasta los confines de la realidad: giré hasta hallarme desnuda. En la cama pronunciaba su nombre, segura de que nadie me escucharía.

En cambio yo escuchaba los ecos de la fiesta; pero no la voz de Pablo.

En el extravío tuve una alucinación.

Me empeñaba en terminar un cuadro. No lograba darle fin. Me ofusqué. Maldije. Lo interrumpí. Deshice lo hecho y volví a comenzar. Fue entonces que lo vi entrar a mi recámara. Y todo empezó a ir mejor. Me miraba desde lejos. Luego se sentó en una silla. Se incorporó para iniciar una danza. Me separé del lienzo y le di forma a mis apuntes.

Pablo bailaba y yo dibujaba a toda prisa; intentaba no perderme ninguno de sus movimientos; de mis manos surgió lo que deseaba pintar.

En una hora estuvo listo el cuadro.

Hice algunos retoques. Miré a Pablo sentado todavía. Me miraba. Sus ojos se clavaron en el centro de mi vientre.

Sentí su enorme deseo.

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I