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La conversión de Gabriela Cuevas

Corría el abril de 2005. El país se encontraba convulsionado por el proceso de desafuero al entonces jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Los argumentos legaloides con los que el gobierno foxista sustentaba su iniciativa eran tan burdos que dejaban al desnudo sus verdaderas intenciones: inhabilitar la candidatura de AMLO en las elecciones presidenciales de 2006.

La embestida foxista provocó una vasta movilización de la sociedad, incluyendo un importante segmento intelectual, que se tradujo en marchas y declaraciones que rechazaban el carácter antidemocrático de este procedimiento. Si me apuran, este atropello de Fox puede muy bien marcar el momento de quiebre del muy embrionario proceso democratizador, surgido de las elecciones de 2000 y que no pocos optimistas lo identificaron como “transición democrática”.

A pesar de la protesta colectiva y a pesar de las críticas que se manifestaron a nivel internacional, la maquinaria institucional del Congreso, en una sesión ignominiosa, con el voto mayoritario del PAN y del PRI, dio paso al desafuero. Lo que seguía era la detención y el encarcelamiento a López Obrador, a menos de que pagara la fianza de 2 mil pesos que el Ministerio Público federal había establecido para seguir el proceso en libertad.

Sin embargo, en el equipo de AMLO sabían que una imagen tras las rejas del aspirante presidencial desaforado resultaba un recurso poderoso para su estrategia de comunicación. Eso también lo sabía Gabriela Cuevas, entonces diputada del PAN en la Asamblea del Distrito Federal, que tan pronto fue establecida la fianza acudió acompañada de otro diputado a cubrir el monto de la fianza aludiendo hacerlo motu proprio y como un acto de “buena voluntad”; sin embargo, en declaraciones posteriores aceptaron que la decisión fue “consultada con otros miembros del partido, específicamente Felipe Calderón Hinojosa, quien comentó que estaba dispuesto a patrocinar el amparo y los montos de caución correspondientes para que no se privara de la libertad a López y que no se hiciera una víctima a expensas de las instituciones jurídicas mexicanas”.

Desde mucho antes de realizar el acto que la catapultó a la fama como la más aguerrida antagonista de López Obrador, Gabriela Cuevas, desde su curul en la Asamblea Legislativa, se había convertido en la crítica permanente de sus acciones de gobierno. En las elecciones de 2012 publicó en El Universal un editorial titulado “Yo sí sé quién es López Obrador”, en el que fustigaba el discurso moderado del candidato de la coalición Movimiento Progresista. “En mi opinión, es inverosímil que Andrés Manuel haya sufrido una conversión estilo San Pablo camino a Damasco” y remataba el artículo citando a Krauze: “La desilusión de las expectativas mesiánicas sobrevendrá inevitablemente”.

Sin embargo, hacia finales de 2013, la animadversión de Gabriela hacia AMLO se había matizado. En una entrevista para Cuna de Grillos aceptaba haberle aprendido “su sentido de que en la política tienes que buscar adversarios, amigos y aliados”, reconocía estar impresionada por su capacidad de comunicación. “No comparto uno solo de sus argumentos, pero es bueno para articular las ideas; es un cuate listo, sin duda”. ¿Era un guiño hacia AMLO? ¿Un anticipo remoto de la rueda de prensa del 21 de enero cuando anunció su renuncia al PAN y su adhesión a la campaña de Morena?

En entrevista con Yuriria Sierra, Gabriela externó sus impresiones luego de reunirse con el abanderado de la coalición Juntos Hagamos Historia: “Me sorprendió muchísimo. Me sorprendió su alegría, el profundo conocimiento que tiene de México, las ganas de gobernar, de ser plural, de ser incluyente, de consolidar un verdadero cambio en nuestro país, y me pareció el lugar donde quiero estar”.

El rayito de esperanza la tiró de su caballo y el mesías tropical saludó con beneplácito su conversión.

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JJ/I