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Estamos en el deseo

A juzgar por las miradas de la mujer de amplias caderas y piernas hermosísimas, esta noche uno de los tres saldrá acompañado del bar; pero ni uno ni otro decidimos invitarle una copa, quizás porque la conversación se ha tornado grave, densa.

He dicho yo hace unos instantes:

–Me encantaría gozar otra vez la piel de Bielka; gozaría retornar a sus carnes y besar sus delicados labios...

Y ya la mirada de Nelson se distingue por su dureza.

Salgo entonces a dar una breve circunnavegación: atravieso hacia el baño y la mirada de la mujer me sigue. Abre de pronto sus piernas y logro ver sus carnes, ofreciéndose.

Me detengo. Voy hacia la rocola y dispongo una serie de canciones que la mujer, casi en mi oído, elogia.

Ha dicho:

–Me encanta tu elección–.

Yo lo que hago es sonreírle y ofrecerle una caricia: tomo su negra cabellera entre mis manos; luego bajo hacia su boca, paseo mi dedo índice por sus labios. Sonríe. Procuro introducir mi dedo hacia su humedad: lo hundo lo más que puedo antes de que ella cierre la carne de sus labios y me ofrezca una rica chupada.

Lo hace. Yo cierro los ojos.

Me figuro a Bielka atada en el sillón de la sala de estar. A mí llega la suave esencia de sus carnes. La veo abierta y en posición de recibirme. Encadenada. Sus piernas fijadas a sus hombros. La piel ardorosamente perfumada. Abierta y rosada.

La recuerdo jadeando porque a mis oídos llega la agitada respiración de la mujer que mantiene mi dedo en su boca. Lo aprieta con fuerza. Lo humedece. Lo traga hasta hacerme sentir la tersa superficie en su garganta.

Abro los ojos y la encuentro adormecida. Goza mi dedo en el paladar. Me acerco a su oído y le digo que pida lo que quiera. Ella disfruta porque veo inflamados sus pezones bajo la blusa. Los toco. Ella me toca la bragueta. Estamos prontos al deseo. Estamos en el deseo.

Volteo hacia donde Nelson y Carlos están; me observan con enorme atención.

Luego sonríen y alcanzo a escuchar sus cuchicheos.

–Pide lo que apetezcas– le digo a la mujer.

Y ella me toca sobre el pantalón. Vuelvo a hundir mi dedo en su boca y, acto seguido, lo pongo entre mis labios.

Saco un billete y lo dejo en la mesa.

***

El espejo me refleja. Trasluce mi excitación.

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I