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No todo/as son iguales

Desde hace muchos años, particularmente luego de la transición fallida, aparece de forma recurrente en épocas electorales la frase de que “todo/as son iguales” cuando se solicita una opinión sobre los candidatos a cualquier cargo de representación popular. Con ella el ciudadano de a pie cumple un doble propósito: por una parte, con su descalificación engloba al conjunto de actores políticos y por la otra elude la necesidad de manifestar sus preferencias.

En el contexto de la actual contienda electoral caracterizada por la exaltación del pragmatismo y la consecuente disolución de las ideologías en los partidos políticos, la frase convertida ya en cliché de moda ha tenido un crecimiento exponencial. Al final de cuentas, la mezcolanza ideológica en que se debate la partidocracia le ha suministrado la suficiente evidencia empírica de que, efectivamente, todo/as son iguales.

Sin embargo, a pesar de la popularidad que ha alcanzado, la frase no deja de ser una evidente falacia. Porque, incluso en las entrañas del pragmatismo más burdo, es posible detectar rastros de ideología. Si bien en sus principios filosóficos el pragmatismo privilegia la obtención de resultados sin importar los medios empleados, cuya formulación extrema sería la de “el fin justifica los medios”, la manera en que los actores políticos realizan la aplicación práctica de este precepto, presenta modificaciones sustanciales.

Así, aunque en principio exista una coincidencia en identificar como pragmatismo las estrategias empleadas por los aspirantes a obtener una candidatura presidencial, habría que señalar que en cada caso existen elementos que permiten diferenciar la aplicación práctica del pragmatismo. A excepción de María de Jesús Patricio, todos los demás aspirantes, Margarita incluida, han demostrado su disposición a sacrificar los principios ideológicos para alcanzar la Presidencia, han demostrado que están dispuestos a subordinar dichos preceptos a la rentabilidad electoral.

Así, Andrés Manuel no tiene problema en aceptar la incorporación a su campaña de personajes y partidos que se antojan antagónicos a su propuesta de gobierno. Tampoco les causó desagrado a Alejandra Barrales, Ricardo Anaya y Dante Delgado fusionar en un frente electoral a entidades partidarias con programas, no sólo diferentes, sino claramente opuestos.

Por su parte, José Antonio Meade es ungido precandidato apelando a su condición de “ciudadano” por quien dirige el destino del PRI y que, en mi opinión, despacha en Los Pinos. Todo se justifica con tal de lograr el mayor porcentaje de votos (nótese que no escribo la mayoría) el domingo 1 de julio. Sus lemas de campaña “Juntos haremos historia”, “Por México al rrente” y “Todos por México” ratifican su intención de aglutinar al sector mayoritario del electorado, sin importar su procedencia. Los desgajamientos de facciones en los partidos que cotidianamente se registran son muestra de ello.

Empero, hay diferencias sustanciales entre el pragmatismo operado por los aspirantes. Una, la básica, tiene que ver con las acciones de gobierno que pretende implementar una vez alcanzado el cargo. Y aquí, más que los discursos, lo que marca la diferencia son las trayectorias particulares. ¿De dónde vienen? ¿Qué han hecho? ¿Qué experiencia política y de gobierno tienen? ¿Qué visión de país plantean?

La respuesta a las preguntas nos señala que si bien todos pueden ser calificados de pragmáticos, los fines que persiguen son sustancialmente diferentes. Por un lado, Meade y Anaya representan la continuidad del sistema actual. Mantener el statu quo es su principal objetivo, aunque para ello tengan que realizar algunas reformas cosméticas, pero sin lesionar los intereses de los grupos de poder (económico, financiero) a que responden.

Por su parte, AMLO plantea una serie de medidas destinadas a suscitar modificaciones profundas en el engranaje social y político del país.

De los tres que encabezan las encuestas, el único que tiene experiencia en gobierno es AMLO, que culminó su mandato con 80 por ciento de aprobación de los habitantes del entonces Distrito Federal. Lo dicho, no todos son iguales.

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JJ/I