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Segunda temporada

El 11 de febrero, los precandidatos a la Presidencia de la República habrán cumplido el periodo de 60 días para dirigirse a los afiliados de sus partidos y afianzar el voto duro, a simpatizantes que puedan representar más sufragios y al electorado en general para empezar a hacer labor y terminar de sumar ya durante la campaña.

El objetivo de la precampaña es obtener el respaldo para ser postulado como candidato a un cargo de elección popular, es decir, que los partidos políticos y las coaliciones deberán definir después de esto qué candidatos aparecerán en la boleta el 1 de julio.

En este caso, los tres presidenciables son candidatos únicos y como cualquiera de ellos no está pensando en declinar; esto de las precampañas es mera simulación.

El rumor de que José Antonio Meade Kuribreña sería el que se bajaría de la contienda se disipó hace semanas, así que todo indica que estará en la boleta electoral, al igual que Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya Cortés y los independientes que consigan llegar.

De acuerdo con la más reciente encuesta elaborada por El Universal, López Obrador está arriba, con 32 por ciento de las preferencias; le sigue Anaya Cortés, con 26, y en tercer lugar está Meade Kuribreña, con 16 por ciento.

Las precampañas y este tipo de encuestas (con todo y lo sesgadas que pueden estar) sirven también a los aspirantes y sus equipos para revisar debilidades, afinar o, de plano, cambiar estrategias… o estrategas.

En el caso de López Obrador todo indica que su estrategia está funcionando. Es el que ha marcado agenda, presentó gabinete, presentó fiscales, ha dado la nota y ha provocado reacciones de sus oponentes.

Su juego entre víctima de la “mafia del poder” y sus cortes de cabello, chistoretes y la puntada del Manuelovich bordado en su chamarra (por aquello del supuesto apoyo ruso) son un gran guiño al voto emocional, aquél que reacciona a la buena vibra, al que hace reír y que puede sumar miles y miles.

El riesgo, desde el punto de vista de los analistas, es el Andrés Manuel belicoso, que arremete contra las instituciones y ya comienza a salir para hacerse de enemigos, como el empresario Claudio X. González, a quien señala de pedir al presidente Enrique Peña Nieto robarse la elección.

Anaya Cortés está enfocado en el voto joven. Con la guitarra y el nananá naranja consigue identificación, aunque al voto racional le incomode que toque la guitarra y no se conforme con su inglés y francés.

Si bien ya anticipa que la pelea final será entre él y López Obrador, su esperanza para remontar y alcanzarlo en las encuestas será justamente el voto antipeje y para tenerlo necesitará mucho más que palomazos.

El ex presidente del PAN ya demostró que es capaz de todo por alcanzar lo que persigue, pero eso mismo es lo que puede tener en contra. Sus discursos contra la corrupción son poco creíbles contrastados con las informaciones acerca de la riqueza de su familia y su llamado a la unidad nada tiene que ver con la fractura que provocó en el partido para hacerse de la precandidatura. El reto de reunificar a los panistas no será poca cosa.

En cuanto a Meade, su panorama sigue siendo el más complicado. A días de que cierre la precampaña adoptó un tono conciliador, pero después de descalificar a los contrincantes, hablar de traiciones y señalar discursos basados en mentiras. La estrategia, lejos de funcionar, resultó irritante.

Para los estrategas, Meade es un producto difícil de vender. La marca PRI es imposible de romper y distanciarse de un presidente devaluado es inimaginable y aunque lo hiciera, tampoco sería creíble. Esto sin contar que es cero emocional y que la esposa es quien consigue cierta empatía.

A partir del 30 de marzo, cuando arranquen las campañas, veremos a estos personajes en su segunda temporada y entonces conoceremos qué cartas traerán bajo la manga.

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JJ/I