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Ciberlibertad

En tiempos preinternetianos, revisando los diarios impresos, leía una nota roja de un accidente o crimen y cada diario daba su propia versión del hecho con detalles muy diferentes cada uno. Entiendo que las versiones dependían de la fuente; esto es, de los testigos: describían los que lograron ver desde su perspectiva… y cada una de ellas era diferente. Algún lector que solo leía un diario se quedaba con esa versión y era su relato cuando hablaba del tema con sus amigos o familiares.

En estos tiempos de información digitalizada y de redes sociales virtuales nos vemos ahogados en un mar de versiones de un mismo hecho o de plano lo presenciamos a partir de un video viralizado. Internet ha permitido el acceso a una inmensidad de fuentes de información, pero por desgracia también a una gran cantidad de información falsa, parcial o alterada.

Para algunos, el espacio cibernético ha permitido por fin cumplir una de las premisas democráticas de los derechos humanos y establecer el reino de la libertad de opinión y expresión. En su artículo 19, la Declaración Universal de Derechos Humanos establece: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

En los tiempos electorales de estos días, a las cuentas de correo o de redes sociales personales está llegando una marejada de información, datos, publicidad, anuncios, videos, dark posts, fake news, etcétera, que más de uno se verá forzado a bloquear emisores, bots o amigos de algunas comunidades digitales más socorridas que han pasado de ser instrumentos para “acercar el mundo” (de acuerdo a la máxima zuckerbergiana) a un campo de batalla donde se libra una guerra de información-desinformación sin precedentes. Aunque ha logrado conectar a disidentes en países no democráticos, también ha unido a supremacistas radicales y otros especímenes extremistas.

Tan sólo hay que ver cuando un analista expresa una opinión en redes y diarios en Internet, y las respuestas viscerales, insultos y amenazas con los que el público lector replica sólo porque no concuerda con sus apreciaciones. Claro que las libertades de opinión y expresión son derechos fundamentales para la salud de la democracia, pero hay otras también decisivas para apuntalarla y fortalecerla: la educación, la transparencia, el debate, la tolerancia, entre otras.

Dado que al reunir en un espacio, aunque sea virtual, a tanta gente también se confluyen personas con diferentes culturas, historias, opiniones, religiones y visiones políticas que, al tiempo que enriquecen el intercambio de ideas, a la par las redes sociales se han convertido espacios de linchamiento y ridiculización de personajes públicos. ¿Cómo congeniar las libertades de opinión y expresión con el compromiso social de los individuos? ¿Qué tan responsables deben ser las empresas privadas a las que perteneces las redes sociales? ¿Es factible legislar para regular lo que debe permitirse o prohibirse en dichos enclaves digitales?

Ya algunos países, como China y ciertos países islámicos, controlan los contenidos y acceso a Internet. Cada día los gobiernos de diferentes países promulgan leyes con la intención de controlar la información que se difunde en Internet. Sin embargo, esto puede conducir a que los gobiernos se confieran un poder que amenace la transparencia y la responsabilidad política elementos fundamentales para la salud democrática del país.

Es menester formar públicos más educados e informados, que contribuyan con discusiones responsables, razonadas, donde la libertad de expresión no se convierta en un fin, sino un medio.

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JJ/I