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Una chaqueta bien puesta

Lo primero que un ciudadano común puede pensar con la ruptura de Alberto Uribe es que se trata de un chaquetero al que seguro algo le prometieron para que dejara a sus colegas, de un grupo político que parecía tan compacto, alrededor del liderazgo de Enrique Alfaro.

Este grupo pretende consolidar su poder e influencia ganando el gobierno del estado, refrendando su triunfo en los municipios de la zona metropolitana y los importantes o cabeceras regionales en Jalisco. Hasta aquí puede no haber contradicción.

Un primer problema tiene que ver con las alianzas a escala nacional. En ese plano parece raro, pero políticamente práctico que se forme una coalición entre el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano. Ideológicamente menos compatible, pero políticamente conveniente, en el entendido que el PAN postularía a su candidato a la Presidencia, el PRD aporta candidata al gobierno de la Ciudad de México y lógicamente al grupo alfarista se consolidaría en Jalisco.

La verdad es que podemos considerar varios puntos para tratar de comprender la decisión de Uribe: parece más coherente y lógico que un militante de izquierda, con visión nacional y de futuro, se vincule al proyecto nacional más compatible ideológicamente con sus convicciones y sus intereses a largo plazo.

El proyecto de Andrés Manuel López Obrador –Morena– cuenta con un “proyecto alternativo de nación”, es decir, unos postulados en los que se refleja la visión del cambio que ese grupo quiere para el país. Si Uribe coincide, es lógico que sume su apuesta a un proyecto nacional y no se quede atrapado en un proyecto local. Además, es en esa cancha donde puede Uribe proyectarse mejor políticamente y hacerse visible, con la bendición desde el centro y de AMLO, que hoy por hoy lleva una ventaja en las preferencias de dos a uno (32 por ciento frente al 16 de Anaya). En síntesis, Uribe busca aliarse con una fórmula ganadora desde una perspectiva nacional, pero que en Jalisco tiene muy pocas posibilidades de ganar algo.

Justo el principal cometido para Uribe será el de aprovechar su capital político para atraer votos a favor de AMLO-Morena.

Pareciera que la molestia principal de Alfaro-Movimiento Ciudadano se reduciría a un problema de lealtades, pues a estas alturas la separación de Uribe deja en claro que el grupo no es tan compacto como parece. En el fondo, Uribe tomó una decisión consciente de que estará envuelto en el proyecto de dos caudillos con marcada personalidad autoritaria, sólo que con AMLO tendrá mucho mayor margen de acción y proyección política nacional, en un proyecto de gobierno con mayor alcance. Una ventaja adicional es que rendirá cuentas a Marcelo Ebrard, no a El Peje.

Si después del enojo y la ruptura estos personajes actúan con inteligencia y pragmatismo político, Uribe puede jugar un buen papel como articulador de dos proyectos que parecen más compatibles y para los que –de ganar el poder–, convendría más trabajar como aliados en los respectivos gobiernos.

Y a nosotros como electores, ¿en qué nos afecta? Esta ruptura de Uribe respecto del proyecto alfarista fue sorpresiva, pero normal para quienes buscan sus mejores opciones o proyección política; para los ciudadanos afecta realmente poco.

Desde 1997 los resultados de las elecciones han mostrado que los ciudadanos somos más astutos de lo que piensan los políticos profesionales y los partidos que los postulan. Nuestro voto puede ser claramente diferenciado, es decir, menos concentrado en una sola opción, de manera que podemos votar por un candidato de determinado partido para presidente de la República, por un independiente u otro partido para el Senado; quizá valoramos que determinado partido o candidato tiene mejores posibilidades de gobernar nuestro municipio o simpatizamos con alguna fórmula para el gobierno del estado. Y eso se vale.

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JJ/I