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Sudar calenturas ajenas

Parecería innecesario que uno tuviera que hacer su Tres de Tres para emitir una opinión política en estos días. Las declaraciones son asumidas, dependiendo de quien la lea, como demostraciones de que quien opina pertenece a un bando o a otro, sin importar que comentarios previos hayan tratado de equilibrar la balanza, procurando ir tras la imparcialidad; sin embargo, un editorialista tiene todo el derecho de tener sus preferencias, sólo debe tener cuidado de que éstas no se conviertan en el filtro a través del cual analiza la información. Finalmente, también hay una responsabilidad ante el lector de tratar de ser objetivo (dentro de lo que es posible) para no deformar su visión del mundo a partir de nuestros odios o querencias.

Lo anterior viene a cuento porque esta semana se ha desatado todo un remolino de declaraciones a raíz de las críticas que hizo el precandidato Andrés Manuel López Obrador al periodista y columnista Jesús Silva-Herzog Márquez; poco después, Enrique Krauze y Denise Dresser salieron en defensa de Silva-Herzog y a ellos también les tocó ser calificados como “conservadores”, “panistas”, y demás calificativos. Por supuesto que, a partir de esto, se cavaron trincheras y las posiciones se volvieron irreconciliables. Quienes defienden a López Obrador se dedicaron a insultar y a tratar de hacer menos a los editorialistas, y quienes atacan al candidato de Morena se dieron gusto porque tenían nuevas municiones para exacerbar el mito de “un peligro para México”.

En lo personal, creo que ambas partes cometieron un error; pero el costo será significativamente mayor para López Obrador, ya que él es quien está buscando el voto colectivo. Me parece errado que Jesús Silva-Herzog haya empleado el calificativo de “oportunista”, sin dar mayor argumentación, y sin poner en consideración que en este país el voto independiente tristemente no es suficiente para ganar elecciones. El corporativismo es usado por todos los partidos para conseguir masa crítica y aunque a mí me parezca deleznable, no soy tan ingenuo para pretender que esos votos no son importantes; basta ver los márgenes estrechísimos con los que se han resuelto las últimas elecciones. Esa es la razón por la que los partidos pequeños venden tan caro su apoyo: aunque tengan el 2 ó 3 por ciento de la intención del voto, esto puede ser la diferencia entre ganar o perder.

Pero me parece mucho peor la decisión de López Obrador de comprar este pleito. Había hecho un trabajo muy bueno burlándose de Lozano cuando lo acusó de nexos con los rusos; pero aquí mostró un talante poco abierto a la crítica (que pudo haber ignorado tranquilamente), y marcó una línea arbitraria en la arena del comentario político: “o están conmigo, o están con la mafia del poder”. Estas visiones maniqueas de la realidad no contribuyen en nada a la creación de un Estado democrático. Ya lo hemos visto antes, con Salinas de Gortari que “ni veía ni oía” a sus críticos; o con Fox que “ya ni leía periódicos”; y por supuesto con Peña Nieto que ha buscado acallar los comentarios, como en el caso de Carmen Aristegui. Quien pretenda el poder debe aprender a convivir con el llamado “círculo rojo”; debe saber reconocer cuando una crítica es legítima y cuando persigue otros intereses; debe evitar el sectarismo y atrincherarse detrás de quienes sólo lo adulan y le impiden ver la realidad tal cual es.

Andrés Manuel mostró una apertura poco usual cuando invitó a algunos de sus críticos más acérrimos a trabajar con él; lamentablemente muchos de sus seguidores asumen que al líder no se le debe cuestionar. Es en ellos donde reside el peligro.

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