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14 de febrero

Es facilísimo vivir sin la poesía. Imaginarla lejana, compleja, complicada y cursi es lo habitual. La poesía no sirve para nada. No es, en términos utilitarios, algo que nos dé beneficios que se puedan traducir en algo concreto o inmediato.

Hace algunos años tuve la fortuna de ser invitada a una cena convocada por la pintora Rosalba Espinoza, que siempre ha sido un personaje generoso y provocador de encuentros. Aquella noche nos convocaba a Martín Mora, Ernesto Lumbreras, Susana Herrera y a mí, a una velada de plática estimulante, cercana, intensa, que nos llevó a hablar sobre la vida del Salón Rojo, un espacio independiente dedicado a difusión de la literatura impulsado durante años por la misma Rosalba.

Tiempo después y resumiendo los detalles, el poeta Ernesto Lumbreras me propone una idea simple, pero no por ello menos emocionante: invitar a un cierto número de poetas para una lectura sobre la pasión amorosa el 14 de febrero en el foro del Laboratorio de Arte Variedades (Larva).  Así nos dividimos las tareas, Ernesto proponía la dinámica de lectura y yo diseñaba el espacio para presentarlos. El resultado terminó rebasando nuestras propias expectativas a la par que funcionó como un gozoso encuentro entre poesía y escena. Y por supuesto, entre queridos conocidos.

Así las voces y textos de Álvaro Luquín, Ángel Ortuño, Carmen Villoro, Jorge Esquinca, Karla Sandomingo, Luis Armenta Malpica, Luis Eduardo García, Luis Vicente de Aguinaga, Silvia Eugenia Castillero y Xel-ha López, poetas pertenecientes a tres generaciones y ampliamente reconocidos, se compartieron en un espacio, sin mesa de por medio, desde distintas esquinas de abordaje acerca de lo amoroso.

Los que pudimos estar presentes esta noche tenemos la certeza de haber presenciado algo extraordinario. Yo la recordaré con una sonrisa, como un viaje polifónico de emociones que seguramente habrá que repetir.

Lo difícil de la poesía es sacártela de la cabeza.

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JJ/I