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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
Sí, el título de esta colaboración es muy general y bien podría ser el nombre de un libro, artículo o ensayo de mayor extensión. Dicha temática y relación social, con mucho, merece varios estudios amplios y profundos. Hay zona o polígonos de la ciudad o de la conurbación e incluso del campo que han sido convertidos en verdaderas zonas de destrucción y muerte y que, por lo visto, el gobierno y el capital han decidido utilizarlas básicamente para la instalación de sus industrias, de sus “desarrollos”, para la extracción de bienes naturales, y para colocar ahí sus desechos contaminantes. Sin embargo, el daño al ambiente, como generalmente se dice, no respeta límites territoriales de manera que sus efectos van más allá, aunque no se manifiesten de inmediato.
Por el momento, y como ejemplo, si pensamos en la conurbación, pero en términos municipales serían los casos de El Salto, Juanacatlán, Tlajomulco y Zapopan los que muestran signos evidentes de daños a la salud y la vida, pero, si ampliamos un poco la mirada encontramos rápidamente a los municipios de la ribera del lago de Chapala, con énfasis en Poncitlán y Jocotepec.
En las zonas centrales de la conurbación, hemos caído en el error de considerar que este tipo de problemas es de ellos, de quienes allá viven. No es así. Debemos recapacitar que el centro de la ciudad, en línea recta, está apenas a 10 kilómetros de distancia del río Santiago y que el plomo pulula en el aire que respiramos a diario. Sabemos que este proviene de las emisiones de los millones de vehículos que circulan cotidianamente en las calles y que provocan que buena parte de los días de cada año, sobre todo durante el invierno, estemos en inversión térmica con sus consecuencias sobre nuestra salud.
Por ello creo que es en la conurbación donde a diario y con mayor complejidad se nos aparece esta problemática por muchos de sus rumbos. Nos golpea la cara, al grado que se puede afirmar que las ciudades, más aún en grandes conurbaciones como es ahora la ciudad de Guadalajara, los golpes contra la vida y el buen vivir de la gente son mayores y más drásticos; que las ciudades se han convertido en lugares sumamente peligrosos y dañinos para la salud y la buena vida (feliz, saludable, digna, segura, etcétera) de quienes en ellas habitamos. Y a través de ello podemos advertir claramente el colapso o la fragmentación del sistema capitalista. Esto que podría considerarse como una gran contradicción, no lo es debido a que las ciudades y las conurbaciones son el paradigma tanto del despojo y la destrucción de los bienes comunes naturales como de la sociedad de consumo.
En estas conurbaciones, a diario son muchas las personas que mueren o enfermamos por diferentes motivos (feminicidios, contaminación, estrés, alimentos, fármacos, violencia, etcétera) sin que al sistema le preocupe mayor cosa. Por más que los políticos lo digan y lo reconozcan, la salud y la vida de la mayoría de la población no es prioridad para el gobierno. Sobre todo, a partir de la década de los ochenta del siglo 20, el gobierno ha venido desmantelando el sistema de salud pública en todo el país, a la par que la pobreza y la miseria han alcanzado a millones de mexicanos convirtiéndolos en seres altamente vulnerables
Gobiernos van y gobiernos vienen. Todos prometen soluciones, pero en realidad nadie entre ellos piensa en desmontar, o de menos normar, el gran negocio de la industria farmacéutica, de la mercantilización del agua potable, de los servicios médico-hospitalarios, y de las prácticas de los profesionales de la medicina humana. Desde los años setenta, hace más de medio siglo, hablan y hablan de construir ciudades sustentables y más recientemente de ciudades saludables, pero ha sucedido lo mismo, se impone el poder del dinero, de la acumulación, por sobre los bienes comunes naturales que posibilitan que, en verdad, las ciudades puedan ser saludables.
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FV/I