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Intercampaña. ¿A qué le tira López Obrador?

Como lo señalábamos en nuestra entrega anterior, la contienda electoral, en los hechos, se encuentra conformada por tres momentos: las precampañas, las intercampañas y la campaña propiamente dicha. Lo demás es una farragosa palabrería que solamente creen y defienden los funcionarios y consejeros electorales del INE. Así, aunque el INE se asume como el garante de la aplicación puntual de la legislación electoral, fuimos testigos de que durante las precampañas, cuyos mensajes se suponían restringidos a los militantes y simpatizantes, abundaron los spots de propuesta y contraste, propios de la contienda electoral y fueron numerosos los eventos con claro tinte proselitista, abiertos al electorado en general.

De la misma manera, el proceso de intercampaña previsto como un período en que los partidos realizan actividades hacia adentro de su instituto político, como la realización de asambleas generales o cualquier otro mecanismo, para la designación de sus candidatos a los cargos de representación popular, en los hechos, la han convertido en una segunda parte de la contienda electoral. Para ello, aprovechan al máximo el resquicio que la legislación les permite, para intensificar la presencia de sus candidatos en los medios, con el objeto de apuntalar la ventaja, realizar control de daños o intentar la recuperación de su candidato agonizante.

Si el período de las precampañas es una simulación, el de las intercampañas raya, literalmente, en el absurdo. Si el primero está identificado como el arranque en la carrera presidencial, el segundo se caracteriza por frenar de manera abrupta, la dinámica proselitista que las precampañas habían desarrollado. Y la legislación electoral lo hace de la peor manera: prohibiendo la realización de debates entre los diversos candidatos. En lugar de fomentar la deliberación entre ellos, los consejeros electorales determinaron amordazarlos. Ajustados al script legalista, los candidatos pueden solamente asistir a entrevistas en los medios.

Empero, la dinámica electoral termina por derrotar a la realidad kafkiana que los consejeros pretenden imponer y la confrontación entre candidatos se desarrolla en diversos ámbitos y arenas. Una de ellas consiste en la definición de las listas de sus candidatos al Congreso y al Senado, especialmente la confección de los plurinominales, que por determinaciones jurídicas son los únicos que sin necesidad de hacer campaña pueden acceder a un cargo de representación popular. Sí, son los criticados, descalificados, vilipendiados plurinominales.

Fue precisamente, en días recientes, la publicación de las listas de los candidatos a este cargo de representación política lo que provocó un fuerte debate entre un segmento de la comentocracia y un inusitado revuelo en el espacio cibernético de las redes sociales. El tema central fue la aparición de Napoleón Gómez Urrutia en la lista de plurinominales al Senado por Morena. Su ubicación en el sexto sitio otorga amplia posibilidades de obtener el escaño al líder minero. Pero no fue el único caso que causó conmoción. La designación del panista Germán Martínez Cáceres en el octavo sitio de la misma lista también provocó airados y punzantes comentarios. Las críticas y descalificaciones de las que fueron objeto estas designaciones no tuvieron paralelo con otras que uno supondría básicamente iguales, como la inclusión de Miguel Mancera en la lista del PAN o la de la panista Xóchitl Gálvez encabezando la del PRD.

¿A qué le tira López Obrador? ¿Cómo es posible que le otorgue una candidatura al líder minero? ¿Al panista comparsa del fraude electoral, crítico del cardenismo y partidario de la privatización del petróleo?, preguntan indignados. López Obrador responde que le interesa combatir la corrupción, acabar con la pobreza y pacificar al país. Y que para eso necesita de todos. Carlos Slim, Alberto Bailleres y Germán Larrea incluidos. De Germán Martínez y Gabriela Cuevas. Del PES y del PT. De panistas, priístas y perredistas. De todos. Así de fácil, así de complicado.

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FV/I